martes, 18 de agosto de 2009

Parte final (aunque me resta subir alguna que otra nota más..)

Bueno, este es el final de mi proyecto. Todavía debo subir algunas notas, que me quedaron por tipear y demás, pero no son muchas. Por lo pronto, subo el final de mi proyecto. Veremos qué les parece. Saludos!
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26 de julio de 1992

Jaime,
¿Qué pasa contigo, diablo? Desde que te conozco, esta es la primera carta que no tiene tu respuesta. De veras me extraña, diablo, incluso hasta llega a preocuparme; tú no eres así, Jaime, tú no. Me sorprende, tú sabes, porque tú no haces estas cosas, aunque, tal vez, diablo mío, te pusiste bravo por mi letra anterior. No te enojes, sólo quiero que los dos seamos capaces de elegir lo que cada uno realmente quiere y puede ofrecer. Tú ya sabes, diablo, lo que yo ofrezco, lo que yo te ofrezco. Yo también sé que contra la Revolución, Jaime, contra ella no puedo pelear.
Pero no te preocupes, tú tienes que pensar. Y mientras lo haces, yo me voy, Jaime. Me voy a España, con Marcos. Creo que me harán bien unos días de soledad, diablo. Y de lejanía, lejos de Cuba, lejos de ti.
Igualmente, Jaime, no temas: claro que voy a volver. Tal vez no lo haga por ti, diablo, puede que no, pero lo haré por la conquista eterna, por lo que tanto costó. Por lo que tanto les costó en aquellos años, por lo que tanto te costó a ti. Por lo que tanto me costó a mí, Jaime. Desde lejos, desde otros años, incluso desde afuera, por lo que me costó a mí. Y me cuesta.
Cuídate del monte, Jaime; a veces la soledad desespera. Nos vemos a la vuelta, diablo, y si no es así, siempre vivirás en mis ojos y en mi memoria, y en mí, como una llama ardiente, eterna, chispeante. Llena de vida.
Hasta entonces, diablo. Hasta que las agujas digan basta.

Ada.


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Camilo:
Ya llegué a Santa Clara, aquí nos hemos quedado sin mucha comida y los muchachos parecen tener hambre. Creo que ahora de veras siento temor por mi vida, mucho más que antes. Triste y gracioso final sería aquel para un hombre revolucionario, pero no te preocupes, contendré a las bestias.
Recibí noticias tuyas cuando subimos por Escambray, pero ahí la cosa se puso más pesada y ni siquiera pude responderles a mis padres. Duramos ciertos días por aquel monte, el combate se puso interesante pero, finalmente, salimos victoriosos, como podrás ver. El gigante me dijo que te habías hecho fuerte en Pino del Agua. Me alegro por ti, Comandante; supongo que tendrá intenciones de mandarte a Yaguajá, mientras yo llego a la Catedral.
Me dijeron que mañana estarás por acá, diablo. Eso espero, ahora se viene la mejor parte, viejo; ahora hay que atacar, Camilo, pero hay que estar seguros, no hay que titubear. Por algunos timoratos siempre tardamos en conquistar lo que nos pertenece, lo que nos es justo; esta vez, no. Esta vez el final de la fiesta esta próximo y no podemos dejarlo escapar. Y no hay nada que temer, no sé por qué lo hacen: la victoria será cubana y el aire se respirará mejor. La vida por la Revolución, viejo, como decía Martí. En su tierra, te lo aseguro, concretaremos su doctrina. Igual, Camilo, después la lucha sigue, sigue con un pueblo consciente, un pueblo que se autoeduca, un pueblo movilizado. Pero, ahora, creo sólo en la lucha armada como forma de salida posible de la tiranía de estos sátrapas, que vos conoces tanto.
Así que espero que andes despierto, que no gastes balas en cuestiones sin sentido, que aquí nos andan faltando bastante, viejo. Trae. Y también espero que no tardes mucho en encontrarme; como te dije, ahora se viene nuestro toque final. Manténme informado de todo lo que consideres importante y avísame cuando estés cerca, te daré las instrucciones de la ofensiva por nuestra región. Entraremos juntos en Santa Clara, luego Martí y Maceo se separan y se arman juntos en el final, para entrar en La Grande del norte y despojarlo a aquel de su lugar. No te preocupes, después te daré más detalles, es sólo para que te des una idea de cómo será la cosa.
Bueno, Cienfuegos, antes de irte dejando, viejo, dime si sabes algo de Hildita; hace bastante que no sé de ella ni de mi hermosa y pequeña heredera. Supongo que estarán bien, pero dile que me escriba; si yo no lo hago es por falta de insumos o por no meterlas en ningún problema. Igual, se que me las están cuidando. Aquí, el otro día, me han hecho llegar la carta de una niña, muy tierna, que a un tal Jaime andaba buscando. Quien fuera que sea, parece que se cansó de esperarlo. A vos todavía no me cansé de esperarte, viejo, pero ven pronto, que acá te estamos aguantando.
Un abrazo revolucionario.


Jaime firmó la hoja y esperó a que la tinta se secara: Ché. Levantó la vista y observó a sus siempre firmes estrellas, divisó también el rostro de Martí. Dio vuelta la página de su diario, pero esta vez, la arrancó, la iba a mandar. Cerró el diario, mientras se paraba en medio de una multitud de árboles y le gritaba a sus hombres: el Comandante exigía formación. En la soledad de aquel verde pero desolado lugar nada se movía. Sólo el viento, tal vez. Sin embargo, él, contento, los vio cumplir con su misión. Estaba satisfecho, sus hombres creían en su causa, creían en él.
Con precaución, tomó su Maúser y, auténtico aunque ahora probablemente desconocido, bebió un sorbo de ron. Entonces partió, pidiéndole compañía a uno de sus hombres; había que cuidar la espalda, y más él, el Comandante del Movimiento. Tomó el papel que acababa de sacar de su diario y se echó a andar. Sólo el viento lo seguía. Iba en busca de algo más de papel, algo más de tinta, para escribirle a su transparente mujer. Había cambiado a Ada por Hilda, a sus curiosos chamas por estos silenciosos aunque obedientes hombres. Su vuelta a La Habana, temporaria o tal vez no, era ahora una guerra de guerrillas infinita, eterna. Circular.
Ahora, ya ni frío sentía. Había cambiado nostalgia por locura. Una locura extraña, una locura de fusiles. Una locura de Revolución.

domingo, 16 de agosto de 2009

Más-más..


Bueno, hoy, como había dicho, ya terminé de revisar nuevamente lo que había escrito, y ya me decido a subir mis nuevos avances. Supongo que ésta es la anteúltima entrega; la próxima, si mis cálculos no me fallan, puede que sea ya el final. Final que no quiere decir algo estático, sino que también puedo llegar a modificar. Además, tengo que subir también varias notas de lectura, pero quería avanzar con esto, también. Por último, estuve pasando por algunos blogs y sugirieron subir algún que otro mapa; tal vez no sea necesario, pero puede que sirva y valga la pena compartir con Uds. uno de los mapas de mi viaje a Cuba. Aquí va!
Saludos.
Malvi.



P.D: Me acabo de dar cuenta que se ve muuuy chiquito, pero no sé cómo hacer para agrandarlo, ya que yo normalmente lo tengo en un tamaño más grande..
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Aquí van mis avances en el proyecto..

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13 de julio de 1992

Mi Jaime:
Hoy llueve aquí en La Habana, diablo mío. Y, tú sabes Jaime, cuando llueve me gusta sentarme a pensar. ¿Y sabes tú en qué pensaba? Pues pensaba en tu última carta, en la partida de Marcos, en mi Cuba; en lo que mi Cuba me da y en lo que esta bonita isla me quita, Jaime. Pues, tú sabes, diablo mío, me ha quitado mucho este bello lugar. Y no conforme, nunca satisfecho, me sigue quitando.
Tú tienes razón, diablo, es necesario defender nuestra libertad, nuestra Revolución. Bien vale ser libres, Jaime, bien lo vale; pero, ¿de que le sirven al ave sus alas si luego pues no puede volar? ¿Con qué fuerzas quieres que luche por mi libertad? Estoy sola, Jaime, y sí quiero defenderla. Pero tú no vuelves y mi hermano ya se va.
Parece ser difícil esta causa, ¿no, pobre diablo? Tu carta anterior me dolió, Jaime. Me duele pensar que tú estás sufriendo, que tú no estás bien, que tú no estás. Y que sólo lo haces por aquellos que, como siempre, olvidan a nuestros hermanos de Moncada o Playa Girón. Yo no me olvido de ellos, Jaime, tú sabes, y yo lucho, con mi palabra, con mi mirada, con mi voz. Y yo hablo, diablo mío, y yo grito. ¡Y yo quiero defender nuestra Revolución! Pero de a ratos, me quiebro, Diablo, me caigo. De golpe, pierdo la mirada. De repente, me quedo sin voz.
Y no quiero llorar, Jaime, no quiero, pero hoy siento que tu causa se está llevando tu mirada, tu sonrisa, tu voz. Y siento que a la par, a mí me va secando los labios, me va cerrando los ojos, me va llevando la vida. Y pasa la Revolución, y pasan nuevos Comandantes, y pasa la Maestra y Bayamo y Santa Clara y.. Y todo pasa, Jaime, todo pasa; pero mi hora sigue sin llegar.
Amado mío, de veras este trozo de papel no quiere ser despedida, no quiere ser final, pero esta vez mi letra, aunque quiere, cree no poder disimular; esta vez mis manos temen no poderte engañar. Te amo, diablo, tú lo sabes, y anhelo poder soportar esta dulce espera sin fin, este cuento de nunca acabar. Más temo no poder, Jaime, y entonces prefiero no odiar tu causa, ni resignar nuestra Revolución, porque tú así no lo quieres, porque yo no quiero que tú así no lo quieras, diablo. Pero para eso, Jaime, para eso es preciso olvidarme de ti. Hoy cuido tu causa, tu lucha, pero, a oscuras, ni siquiera sé firmemente a quien estoy amando. Quizás algún día de estos tu Maestra deje de ser tuya y te animes a compartirla conmigo, quizás mañana decidas amanecer conmigo y no sólo amarme entre letras, troncos y hamacas. Quizás mañana tú puedas ver más allá de Escambray y de veras desees volver aquí, a mi lado. Más dímelo tu hoy, Jaime, que mi silla, esta vez, teme ya no poder aguantar más.
Me voy, diablo, y esta noche soy yo la que tiene frío.

Ada.
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16 de julio de 1992

Mi viejo Camilo,
Aquí estoy de nuevo, asere, hablando contigo, con la poca tinta que me queda y en voz baja, por las dudas, que aquí la manada parece dormir. A mí, en cambio, el sueño parece querer jugarme una mala pasada y, hasta incluso durante la noche, incitarme a pensar. Es que la belleza de esta noche, querido asere, de veras no me deja dormir; el azul oscuro de fondo parece encariñarse con las jóvenes estrellas, y la melodía de este lugar está poblada de susurros, de pequeños animales nocturnos que, al parecer, tampoco pueden descansar. Además, por si fuera poco, con la oscuridad de la luna, me invade también una especie de melancolía, esta vez no ligada a la isla, sino con forma de corazón. Con forma de Ada, con forma de una mujer ausente sobre mi colchón de hojas. Mujer que, sobre todo en esta noche, de veras hecho de menos, de veras necesito, para llenar con una nota erótica este oscuro pero azulado lugar.
Pero, ante la imposibilidad, viejo asere, de poder sentir algún otro tipo de caricia que no sea la del agua cuando llueve, decido contarte algo que nos sucedió hoy durante el día. Es importante, Camilo, para ello, contarte algo que de veras se me pasó de largo: ya estamos en Camagüey. Este es el lugar de las estrellas cariñosas y de los grillos afinados, de las noches bellas que no dejan apagar la luz, hermano. Pues, tú sabes, aquí todavía hay más verde, Camilo, supongo que ya mañana estaremos bordeando la ciudad. Bueno, asere, pues hoy apareció de nuevo un cuestionamiento revolucionario, ¿qué más podía ser, no, paciente compañero? Un interrogante que me forjó a tener una profunda reflexión. A propósito, Camilo, a veces siento miedo de mí mismo; ¿es qué no puedo hablar de otra cosa? A veces siento que desde aquel enero vivo atravesado por esta causa; pero desde que volví a este sitio, tú sabes, la Revolución me consume, Camilo, me ciega, me enloquece. De a ratos, hermano, cuando busco el cielo y mis ojos sólo se topan con paisajes verdes y amarillos y marrones, siento que voy a enloquecer. Siento que la locura me ronda, hermano, me ronda. A veces hasta dudo de lo que digo, Camilo, de lo que veo. A veces, cuando siento que me va consumiendo esta lucha, esta soledad.
Bueno, viejo asere, pero eso no importa ahora, probablemente sea imaginación mía, tú sabes, nada más. Volviendo a esta tarde, hermano, se me cruzó un niño, ¿sabes? El chama se me cruzó mientras iba en busca de algo de queso y de mi necesaria dosis de ron. El pequeño, desde lejos, me gritó: “¡Ey tú! Dime, ¿por qué pelean cubanos contra cubanos? ¿Es que no entienden? Se están matando entre hermanos.” El chama se fue volando, como todo niño, tú sabes, para tener la última palabra. No hacía falta que corriera, hermano, que saltara o que volara, yo no hubiera sabido qué responder. Inocentes los pequeños, pero más bichos que todos nosotros juntos, asere. El chama tiene razón, Camilo; el también tiene razón. Y aquí, compañero, es donde se aparece mi reflexión. ¿Tú sabes por qué es necesario golpear duro, Camilo, hacer ver el arma, hacer ver la sangre? Pues porque el pueblo, asere, el pueblo aún está dormido, el pueblo descansa tranquilo, mientras la sangre corre, mientras el pan se acaba, mientras la vida se va. Y la guerrilla, Camilo, nosotros, Camilo, ¡nosotros los tenemos que despertar! Tenemos que despertar los sueños dormidos de nuestra masa, debemos despertar los valores cubanos enterrados bajo esta dictadura colonial, debemos crear conciencia revolucionaria, compañero, y la sangre se dejará de derramar. Cuando la Cuba toda lo vea, ya no habrá mas necesidad de armas, hermano, y esto no es despotismo, Camilo, esto es mirar la realidad.
Linda reflexión al sol, la de hoy a la tarde, y pensar que todo gracias al chamacito aquel, asere. Lindo día y larga noche. Y ahora si, hermano, mientras espero que las ventanas se cierren, me pondré algo de yamagua, pues recién me he descubierto una cicatriz en la espalda. Seguramente me la hicieron antier por la tarde, Camilo, durante un enfrentamiento con los enceguecidos hijos de la tiranía. Cobarde quien me ha hecho este tajo por la espalda, asere, cobarde defensor de Batista, en esta diaria lucha por nuestra libertad.
Te dejo, Camilo, la luna sigue subiendo y mis ventanas se empiezan a cerrar. Nos vemos pronto, compañero. Santa Clara espera.
Jaime.

sábado, 15 de agosto de 2009

Hoy estuve escribiendo, pero como aún no estoy muuuy segura de que me ha terminado de gustar lo que escribí, supongo que mañana lo leeré de nuevo y, tal vez, pueda modificar algo. O, al menos, verlo con otra mirada; seguramente, entonces, ahí será cuando vuelvan Jaime y Cía. a este empapelado lugar y cuando, además, agregue más notas de lectura . Hasta entonces, nos vemos!
Malva.

Nota de lectura de Diario de Campaña, de José Martí

Bueno, en relación a Diario de Campaña, el texto elegido para dialogar con mi proyecto de narración, puedo decir, sin dudar, que me gustó mucho. Es decir, ya desde el primer acercamiento que tuve con el texto, en aquella clase en la cual nos conocimos con los Territorios, realmente me interesó bastante, una especie de amor a primera vista, si Ud quiere. Me agradó particularmente la manera en la cual el autor narraba todo aquello que iba sucediendo, de una manera telegramática, de a ratos (de a ratos muy predominantes en aquel primer momento), que me atrapaba bastante, porque terminaba volviéndose enigmática. Ese enigma, a su vez, se hacía cada vez mayor con el espolvoreado de palabras desconocidas (para mí, indefectiblemente) que hacía Martí, dando como resultado una mezcla de sonidos de veras intrigante. Una mezcla de sonidos que, sin dudas, me trasladaba de algún modo a su lugar, a su campaña.
Ese fue el inicio de esta elección y, posteriormente, disfruté mucho más del texto, ya que, más adelante, se volvía más rico, con un lenguaje menos cortado y, tal vez, más profundo. Lleno de diálogos inmersos, que, a su vez, me servían o inspiraban para las ideas de conversaciones de mis propios personajes. Frases que quedaron marcadas y, sobre todo, lindas descripciones de los lugares y, sobre todo, de la vida en plena campaña. Supongo que, posiblemente, esa vida en campaña escrita que me regaló Martí fue una de las armas más importantes para darme cuenta de cómo se siente una persona en plena guerrilla. Qué piensa, qué anhela, qué dice, qué puede decir. Qué calla.
Sin dudas, puedo decir que si al principio el texto ya me gustaba, con el transcurso de la lectura, cada vez me satisfacía más, cada vez las letras se acoplaban mejor, cada vez el pensamiento se liberaba, cada vez las frases eran más hermosas y decían mucho más. De repente, el hombre de campaña se empezó a soltar y pudo, a mi entender, guardar esas imágenes que veía, entre ríos y troncos y hamacas, y plasmarlas sobre un papel.
Entre otras cosas, y vuelvo a insistir, fueron diversas frases (que de hecho he dejado marcadas) las que me quedé de Martí, mientras iba leyendo ese texto. Pero, por otro lado, también sus reflexiones, en pleno diario, fueron las que me ayudaron a ir construyendo la figura de mi querido Jaime, con todos sus planteos, con su nostalgia, con su sueño de revolución eterna.
Finalmente, puedo decir que me gustó mucho leer este texto, que, como todo el resto de lo leído, visto y oído, fue, además un hermoso placer personal. De Martí me llevo sus reflexiones y la brillante emoción de sus cartas, sobre todo a su querida Rosario de la Peña, portadora seguramente de alguna pulserita roja en su muñeca. Pero, sin dudas, esta vez el rojo no era por la revolución.

jueves, 13 de agosto de 2009

Novedades..

Buenas tardes! Aquí estoy de nuevo, subiendo mis nuevos avances. Mi proyecto ha tomado un giro revolucionario, ya que estamos en el tema. Por suerte, llegué justo a tiempo para cazar el giro y, pronto, poder plasmarlo. Supongo que mañana subiré mis notas de lectura del texto de Martí, del libro de cuentos y de un ensayo del Che que estuve leyendo, así como también de algunos programas cubanos que estuve viendo. Por el momento, no quería dejar de subir estos avances. Gracias por leer y por comentar!
Hasta prontito,
Malva.
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8 de julio de 1992
Querida Adita,

¡Mi mujer linda! Te extraño, mucho. Es increíble volver a estar aquí, pequeña. Hace unos días que estoy en La Sierra, de veras tú no sabes lo que significa volver a este lugar para mí. Son muchas cosas juntas, mujer. Tú no sabes, pero voy a tratar de explicarme, algo mejor, al menos, para que tú me entiendas. Para que tu me veas, aquí, sentado sobre una tierra de verdad cubana, tomando un ron. Para que tú me imagines y me entiendas; para que me imagines y me extrañes, Adita, porque yo no dejo de hacerlo, no dejo de pensar en ti, mujer.
Quiero explicarte y quiero contestarte las preguntas que tú me has hecho, en tu letra anterior, pero no es fácil. Estando aquí, en la S.M no es fácil, y, a la vez, estando aquí todo parece no ser tan difícil. ¿Y se supone que tú tendrías que entenderme, mujer, no? Tú sabes, Ada, a veces me dan ganas de quedarme aquí, vivir aquí, morir en este lugar. Tú lo dijiste, de tu boca nació, de tu pluma salió: éste es mi lugar, ésta es mi causa. La mía y la de toda Cuba, al menos eso yo quisiera, al menos eso quiero hacer comprender. Por eso volví aquí, Ada, aunque tú bien sabes cómo me duele volver a este lugar, esta Sierra que me dio lo mejor de mi vida, pero también me lo quitó. Y me dejó solo, aquí, en el medio de la nada. En el medio de todo, entre mosquitos, caballos, sangre y escopetas. Y yo solo ahí, sin nadie. Entre ojos que se cerraban.. Y entre heridas que nunca pude cerrar. Porque no pude, no pude, Ada, no pude. No puedo. Y los gritos siguen y el olor sigue y lo rojo sigue y yo que no puedo hacer nada. Nada, Ada, nada. Nada, nada, nada.
Por eso hay que volver, mujer. Yo debo volver, aunque siento a veces que esta Sierra me consume, me atraviesa, me lleva con Ernesto, con Fidel. Hay que tener cuidado aquí, tú sabes. Por eso vuelvo, vuelvo para mostrarles a ellos por qué está viva la Revolución. ¡Porque está viva, Ada! ¡Está viva! Quiero volver a estos lugares, donde la vimos nacer, donde ayudamos a la tierra a dar a luz. Entre todos la hicimos antier y, hoy, estoy yo aquí y debo defenderla, mujer. Igual que antier, pero sin balas, sin estratagemas, sin frío. Sólo con la palabra, mujer. Pero, para eso, hay que volver a la Maestra. Lo que fue ayer, Ada, hoy no lo es; hay gente que no descifra bien la Revolución, que cree que empezó y terminó aquel sagrado primero de enero. Fue sagrado, pues claro que lo fue, pero no será eterno, no, no. No lo será. Y a la Revolución hay que cuidarla, Adita, a diario. Sin armas, sin sangre; con la mirada, con la voz, con el pensamiento. Con la palabra.
Así que esto fue todo, tú sabes, mi negra. Me duele volver, pero más duelen esas miradas tristes, ciegas, perdidas, de esos pobres diablos que no valoran la libertad. Quizás era necesario subir al Escambray para sentir la libertad, para cogerla y no perderla nunca más. Tal vez yo por eso la siento, mi niña, y por eso volveré a subirlo por ellos, para que la respiren, la sientan, la cuiden. Y porque ya no soporto esas miradas, Ada. He dicho basta y he echado a andar, mi niña.
Pero a ti, pequeña, a ti sí que te extraño. Tú sí que me haces falta. Extraño tu voz, tu mirada, tus labios, tu cintura, hasta tus pestañas. Y claro que vuelvo por ti, Ada. Tú también eres mi causa, tú y ella lo han sido siempre y lo son. Sin ti, Ada, yo no podría hacer la Revolución, sin ti no podría volver. Tú eres mi causa, Ada, tú lo eres. Y claro que no sentiré frío, y claro que no lloraré, porque estoy contigo y con tú nombre desaparece el viento y se evaporan las lágrimas. Y cuando te bese, claro que cumplirás, como siempre. Como deseo que lo hagas ahora y en vano repito tu nombre, Ada. Te extraño, mujer mía, pero, al menos te nombro, y se desvanece el frío.
Ahora sí, mi niña, debo dejarte, tú sabes. Debo tender mi hamaca, tronco a tronco, antes de que la noche nos invada.
Que nos invada juntos, Ada, así no dejo de soñarla.


Jaime.


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10 de julio de 1992

No temáis una muerte gloriosa
Que morir por la Patria, es vivir.
En cadenas, vivir es vivir


Sí, hermano. Como verás, ya estoy aquí, en Bayamo. Llegué antier y lo primero que hice fue buscarlo. Era necesario hacerlo, así que seguí caminando, aunque cansado, aunque deslumbrado por lo cambiado que está este lugar. Por empezar, sin gritos, sin temores, sin color. Lugar calmo, sin ruidos, Bayamo en blanco y negro. Libre, pero sin ruidos, sin color, ¿con esperanza? Ojalá, tú sabes, quizás sean sólo mis manías y mis pensamientos que se degeneran y terminan alterando toda mi visión de las cosas. De todos modos, aquí hay demasiada calma, excesiva armonía. Falta tu voz, Camilo, falta la voz del Che, hermano. La del viejo Fidel apareció ni bien encontré lo que buscaba, tú sabes, y ahí nomás volví a verlo. El viejo, desde el balcón, hablándonos a todos nosotros. Con rifles en mano, con dentaduras blancas y gigantes, con valentías inviolables, con esperanza. Con esperanza, nos perdíamos en los imborrables discursos del viejo Fidel.¡Viva la Revolución! ¡Viva!, Camilo, ¿recuerdas? Celebrábamos el inicio de una nueva era.
Hoy el balcón aquel está demasiado vacío y gris, demasiado solo. Gracias al Apóstol ya no hay más rifles, Camilo, pero tampoco se ven dentaduras blancas ni valentías inviolables. Y nosotros, los hijos de Fidel y de la Revolución ¿dónde estamos, compañero? ¿Perdidos, muertos, solitarios, alejados? La Cuba está libre, hermano, pero ya no está Ernesto, y tú sí sigues conmigo, pero tan sólo aquí, entre letras y lágrimas, Camilo. Extraño tu voz, tu mando, tu fe revolucionaria, aunque de a ratos, se vuelven hacia mi camino. Y si me canso, tampoco estará más Ernesto, para guiarme, para enseñarme, para llenarme. A veces odio estar solo en esta Revolución. Sí está Fidel, pero en la tierra estoy solo, tú sabes, Camilo, sin tu aliento, sin el Che. A veces, compañero, quiero odiar la Revolución, porque me alejó, me aisló, me dejó solo.
Ya me voy, asere. Aquí se cae el cielo y la corriente me llevará con él. Supongo que me tomaré una buena caña, Camilo; caña para pensar. Cuando el agua se apiade de mí, compañero, vente tú a jugarme una partida de dominó. Ni para eso somos dos aquí, hermano. Ni para eso somos dos.

Jaime.

P.D: Perdona la maldita nostalgia. Si estuviera Ernesto, hermano.. Pero tú sabes, no tengo su fuerza. No tengo nada suyo, Che hay uno solo. Pero tú no dudes, no temas por mis debilidades; aunque más no sea por ti y por el Ernesto, Camilo, siempre iré hasta la victoria. Como aquella a la que, aquel enero, todos llegamos juntos. Hasta ella, siempre. Como nos enseñó el Ernesto. Como nos mostró él.

martes, 11 de agosto de 2009

Día 4, subiendo mi primer parte..

Padre nuestro que está en los cielo,
Santificado sea tu Nombre
Venga a nosotros tu reino
Hágase tú voluntad en la tierra como en el cielo

Una gastada solera amarilla, una gran hebilla que ponía orden en un infinito caos moreno y una falda blanca, regalo de Marcos, que había provocado en alguno ya más de una confesión. Hacía ya más de media hora que Adita estaba en la Catedral. Ya se había confesado y ahora estaba rezándole a la Candelaria, llevándose por delante todas las eses. Cuando terminó de hacerlo, ya estaba saliendo de aquel empequeñecedor monumento y, aún en ese mar de sutiles colores marrones, recordó que debía pasar a dejar la carta. Decidió, entonces, caminar hacia la calle…

- ¿Otra más, Adita? ¿No estarás tú pensando en irte, también, querida, no?
- Claro que no, Alfonso. Tú sabes que a esta Isla no la dejaría por nada. Pero deja tú de pensar esas cosas y envía mi carta, que sino llegará recién el martes.

Claro, mi niña, claro, diría Don Alfonso, como siempre. Mientras le tiraba un beso, Ada escuchó el cañonazo y se lamentó. La biblioteca estaría cerrada, debería esperar a mañana. Luego se sonrojó: al menos tendría prontas noticias de Jaime.



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- ¿Tú crees en Jesusito, Jaime?
- Mira, asere, ¿tú ves esa estrella que está ahí arriba brillando? ¿Tú la ves?
- ¡Pues claro, Jaime! ¡Claro que la veo!
- Pues bien, yo al Dio no lo veo, niño. Y por eso no creo en él. Pero no necesito de él tampoco, más nunca lo hice. ¿Y sabes tú por qué? ¡Porque con nuestro Apóstol y con el viejo Che ya más nadie hace falta!

Santiaguito se había ido feliz con su breve explicación de un ateísmo orientado por el rojo color de una vida revolucionaria. Cuando se acercaban a Jaime todos sabían lo que iban a oír, y por eso lo hacían. Se acercaban a ese muchacho de anteojos porque querían oír de la vieja Cuba, de la de antes, de la del 86’ y de la de antier, en el 59’. Querían conocer la Isla de cuando todavía el Ernesto respiraba y querían escuchar la voz del Apóstol. Por eso se acercaban a Jaime, porque tenía esa cicatriz en la espalda y porque siempre andaba con un gastado libro del viejo Martí.



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1 de Julio de 1992

Dulce Ada,

Pasa el tiempo y no dejo de pensar en ti, mi niña. Qué curioso, pequeña, tenerte a ti tan lejos y no poder sacarte de mis pensamientos.. Entre mis días, pasa el tiempo, y pasa el frío, y pasas tú, como todo aquello. Pero no quiero que tú pases en mi vida, dulce Ada. Quisiera verte, quisiera poder hacerlo, quisiera saber por qué amo tanto sus letras. Quisiera saber, al menos, cómo se siente volver a verla.
Así que le propongo una visita, temporaria o tal vez no. Usted dirá, nosotros diremos. Mañana mismo partiré hacia La Habana, tras años sin verla. También la extraño, una hermosa ciudad que me inunda de recuerdos, recuerdos duros que a veces, uno no quiere revolver. Pero todo sea por verla y por dejar que el frío pase, lejos mío y lejos suyo. Ya pedí permiso en la escuela, estoy feliz, pero ya extraño a los niños.
La dejo, Ada, pero sigo estando ahí.

Jaime


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3 de julio de 1992

Querido Camilo:

¿Difícil volver a las fuentes, no, querido asere? Hoy he estado pensando todo el día. En la escuela, en los niños, en Ada, en La Habana. En Cuba, en mi Cuba, amigo. En la gloriosa Cuba de antier y en la gloriosa Cuba de hoy, resistida, a veces, resistida sin motivos, sin sangre, sin años de lucha. Fácil es hablar, querido Camilo, cuando tú no has estado ahí, cuando en tus brazos nunca hubo de ese frío, del que duele, del que no trae ni el viento ni la noche oscura. Frío de soledad, que se cuela entre los huesos y no quiere salir, ni siquiera desaparecer cuando sale la luna, para no dejarte solo. Ese frío, compañero, no todos han de conocerlo.
Por eso me disgusta cuando hablan, cuando hablan por hablar, cuando hablan sin saber. Cuando nunca sabrán del esfuerzo, ni nunca entenderán de nuestro dolor. Es duro, amigo. Yo sí lloro, yo sí sufro, yo comprendo, pero esta situación me atraviesa y supongo que debo partir. Quiero volver a La Habana, asere. De veras quiero. Y aunque tú no me creas, te pido que no me juzgues, compañero. Tú bien sabes cuánto me arde esta vuelta, cuánto de mi se desvanece en cada paso que doy subiendo hacia el norte de la isla. Pero tengo que hacerlo, por ellos, Camilo, por todos ellos. Quiero saber cómo mostrarles lo que dolió la Revolución, lo que valió la sangre caída. Quiero saber cómo hacerlo, porque hoy no sé explicarles por qué. Busco entre Martí, busco entre Fidel y no encuentro el camino, porque nunca pensé que debería andarlo, nunca pensé que de veras alguien cuestionaría la Revolución.
Entonces necesito volver. A aquel lugar al que no vuelvo desde el 67’, bien lo recuerdo. Esta vez, sin balas, sin estratagemas, sin frío. Sin tanto frío. Igual, por las dudas, me llevo algún que otro tabaco, por si de golpe a ti, el valiente, te viene el fresco de repente. Porque te llevo a ti conmigo también, Camilo.
Y espero que vengas, igual que antier.

Jaime.
*
5 de julio de 1992
Querido Jaime,

Qué lindo leerte, que felicidad se siente aquí, aquí dentro, cuando se que tú estas aquí, conmigo. Y más aún cuando se que tú estarás aún más cerca, para dejar de lado el frío. El frío, ese del que tú tanto me hablas.
Cuéntame más de tu viaje, de los niños, ¿por qué tú decidiste volver? ¿Será que soy yo la dueña de tus motivos, querido Jaime? No lo creo, querido diablo, de veras, por más que quisiera forzarme para hacerlo. Es que tú siempre viviste para tú causa, lo sigues haciendo; yo me enamoré de ese que bajó y subió, de ese que luchó y resistió. De ese que no es otro que tú, Jaime. Y tú no volverías a La Habana, tú no lo harías, Jaime. Porque aquí estoy yo, pero aún hace frío; porque estamos nosotros, pero no están ellos. Porque habías decidido no llorar más.
Y yo estaré aquí, más allá de todo, cubriéndote del frío que tú dirás no sentir, secándote las lágrimas que jamás llorarás, besándote en los labios y temiendo no cumplir. Porque tú no vuelves por mí, querido diablo. Y no sé por qué lo haces.
Te extraño y prefiero sentirte cerca en Santiago que tocarte distante, aunque aquí a mi lado, como tu letra me confió cuando recordaste el aire de por aquí, de mi Plaza y de mi Catedral. Elige tú dónde, Jaime, pero quédate conmigo.

Te besa, Ada.
P.D: Marcos se fue.



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5 de julio de 1992

Querido Camilo:

Ya estoy de viaje, de nuevo. Siento el aire otra vez, como en aquellos años. Es como si de nuevo uno aprendiera a respirar, ¿tú no crees? Ves que los médicos, ¡Qué saben! Si Ernesto hubiera vuelto nada le habría pasado, esos dos desobedientes se habrían ablandado, sin dudas, porque aquí el aire sí que es puro. Tú tomas y sacas. Tomas y sacas. Adentro y afuera. ¡Es el aire de la Revolución, Camilo!
Tú sabes que ya estoy en plena Maestra, increíble volver a este lugar. Si hasta hoy me acosté detrás de un verde y desperté escuchando tu voz, hermano. “¡Levántate, diablo, deja de dormir que ya es hora de subir! ¡Es hora, compañeros!”. Es hora de la Revolución, decías, ¿te acuerdas? Y marchábamos todos, siguiendo tu sombra. Sombra gigante, recuerdo. Hoy recordaba, mientras volvía en el tiempo, mientras me apoyaba en una vieja roca, seguro testigo de nuestras felices noches de frío.
Recordaba el principio de todo esto, Camilo. Miraba unas hormigas, viajando con sus hojitas, verdes, marrones. Todas grandes, pobres criaturas. Iban y venían. Segundos, minutos, horas. Al parecer iguales, al parecer monótonas, al parecer pequeñas y débiles hormigas, hermano. Que, sin embargo, abren caminos en la tierra, dejando su huella, que buscan ir a prisa, pero sin traspiés. Que se sacrifican, pero siempre juntas y hacia el mismo lado.. El camino de la Revolución, Camilo. ¿Será que el viejo Fidel se habrá sentado aquí a mirar a las hormigas, en las vísperas del nacimiento del 26? Quizás, sólo era cuestión de aprender de las hormigas. Y caminar un camino largo y difícil, pero nunca solitario. Sin ir muy deprisa para no perdernos, sin ir muy despacio para no cansarnos. Con el aliento del que me pisa los talones, como decía Ernesto.
Verlas hoy a ellas, Camilo, fue como retroceder hasta aquel enero y volver a verme a mí. En nuestro tímido intento, en nuestra prueba desafiante. Mucho más despacio, mucho más dispersos; pero siempre entre alientos, siempre detrás de tu sombra, de tu vanguardia.
Ya me voy, hermano. Está anocheciendo y hace añares que no miro la luna desde aquí, desde la Maestra. Además quiero pensar en la Ada, está más grande de lo que creía, viejo. Si, y yo también.
No te tardes, ya encendí tu tabaco.

Jaime.

Día 4 (del diario de escritura)

Buenas!
Acá andamos, otra vez. Gracias por los comentarios, siempre ayudan y alientan. Gracias Ger, ya te dije algo de los libros que me ofreciste y cuando termines de rendir seguro te moleste de nuevo, ahora te dejo estudiar en paz, jeje. Bueno, perdón por el misterio, nunca fue la intención, aunque de a ratos parece que se vuelve algo divertido. Sigo trabajando, con la investigación, con el libro de Marí, con varios libros de viaje y de vida del Che y con las canciones de Silvio Rodríguez, entre algunas cosas. Supongo que ya será hora de romper esta cuerda de intriga y misterio que últimamente nos ha estado separando, sin querer queriendo, sin dudas. Me gusta mucho el tema y, de a ratos, mientras escribo siento que de verdad me emociona pensar en la situación de los personajes; espero poder lograr trasnmitir algo de lo que ellos me hacen sentir, ésa sí es una real intención. Bueno, esto es lo que ha nacido hasta ahora de mi proyecto, una especie de mezcla entre un diario de viaje y un puñado de cartas, basada en Jaime, al que, supongo, irán conociendo a medida que mis escrituras avanzan. Seguiré viajando, esperando con los brazos abiertos (y con las manos tendidas, diría Martí, como si me saliesen del corazón) todas sus opiniones, recomendaciones y demás agregados. Hasta pronto!
Malva.

viernes, 7 de agosto de 2009

Día 3 (del diario de escritura, que aunque últimamente no le haga caso al nombre –últimamente?- de veras quiere serlo..)

La vuelta

¡Buenos días a todos! Bueno, como lo dije antes, mis vacaciones fueron un tanto complicadas, estuve rindiendo y, la verdad, sí estuve siguiendo mi proyecto e investigando pero la verdad no tuve tiempo de sentarme a escribir. Al menos, como a mí me gusta y probablemente he aquí uno de mis errores: a falta de tiempo, sabía que no podría escribir detalladamente mis notas de lectura ni mis avances en el proyecto y, como sabía que saldría algo no tan a mi piacere, postergué y postergué. Pero bueno, la cuestión es que hoy me gustaría ponerme al día con lo que he estado haciendo y contarles un poco mi pequeño viaje por Cuba, el cual sigue absolutamente abierto y, con gran frecuencia, suele llevarme a cada rato a nuevos puertos..

El principio de todo..
Dicen que es bueno empezar por el principio, supongo que así será.. En lo personal, como había dicho antes, estaba bastante confundida con el tema de mi proyecto y, finalmente, la música terminó sacándome cualquier tipo de dudas. Como me pediste vos, Andrea, esta es la canción, de Gerardo Alfonso, que, guitarra en mano, me sacó el pasaje a Cuba (sólo el de ida, por lo pronto) y me decidió a situar mi proyecto en esta mítica isla.

Tu subías desde el cono sur
y venias desde antes
con el amor al mundo bien adentro
fue una estrella quien te puso aquí
y te hizo de este pueblo
de gratitud nacieron muchos hombres
que igual que tu no querían que te fueras
y son otros desde entonces

Después de tanto tiempo y tanta tempestad
seguimos para siempre este camino largo, largo
por donde tu vas, por donde tu vas
El fin de siglo anuncia una vieja verdad
los buenos y los malos tiempos hacen una parte
de la realidad, de la realidad, ohohohohoh

Yo sabia bien , que ibas a volver,
que ibas a volver de cualquier lugar
porque el dolor no ha matado la utopía
porque el amor es eterno y
la gente que te ama no te olvida

Yo sabia bien ,desde aquella vez
que ibas a crecer, que ibas a quedar
porque la fe clara limpia las heridas
porque tu espíritu es humilde y reencarnas
en los pobres y en sus vidas

Son los sueños todavía,
los que tiran de la gente
como un imán que los une cada día
no se trata de molinos,
no se trata de quijotes
algo se templa en el alma de los hombres
una virtud que se eleva por encima de los
títulos y nombres



Como parece desprenderse de la letra de esta canción y del posteo de la misma en mi blog, puedo confirmarles que me gusta mucho la historia que rodea a la isla y sobre todo a la figura tan emblemática y paradójica del Che Guevara. Supongo que, mientras tocaba la guitarra, inconscientemente (o tal vez no tanto) me di cuenta que me encantaría adentrarme en ese mundo y tratar de entender las realidades que se viven allí. Más allá de las conocidas, más allá de las que aparecen en la pantalla de la televisión o en la sección Internacional del diario Clarín. A su vez, ahí se me apareció nuevamente la figura del Che: su viaje, su historia, su presente.. ¿Acaso el quería la Cuba de hoy? ¿Cómo fue su viaje? ¿Qué vio? ¿Qué no vio? ¿Habría elegido prestarle su cara a miles de pósters, remeras, tatuajes y demás demostraciones de algo que quién sabe realmente que es? Bueno, esas preguntas inundaron en aquel momento mi cabeza, supongo, y de repente me decepcioné. Definitivamente, aquellas realidades son intangibles a miles de kilómetros de distancia y, sin dudas, un viaje estaba totalmente fuera del alcance de mis manos (pero de mis bolsillos sobre todo). De todos modos, un viaje físico sí era evidentemente imposible, pero un viaje de los otros, de los que me gustaban a mí, no lo era. Así que decidí intentarlo y fue entonces que comenzó mi búsqueda.
Bueno, evidentemente el inicio partió desde la búsqueda de la historia del país, de sus características físicas, geográficas y demás cuestiones.. Pero realmente debo admitir que lo que más me atrajo fue el ámbito cultural, pero no sólo de Cuba, sino de aquello que la rodeaba (la rodea): hombres como el Che, José Martí, entre algunos de los que me llevó el acento cubano por delante, pero también autores como Alejo Carpenter y otros que ya he nombrado. Así fue que dejé de lado la Cuba enciclopédica y me escapé para el lado que, personalmente, más me gusta, aunque la historia también me apasiona bastante, y me fui con el ámbito de las letras y las palabras. En paralelo, pensando de reojo en la escritura de mi proyecto, me encontré con algo que pensé podría servirme bastante, además de interesarme/gustarme mucho, que fueron diversas cartas del Che y de Martí, precisamente, y también algunos discursos de los mismos.
Evidentemente, su lectura fue muy rápida y sumamente amena y me permitió llegar a conocer personalidades que no tenía tan claras, personalidades de personajes muy fuertes y de experiencias muy duras, que, como dije, no conocía tanto o, al menos, no desde el rincón de la tinta. Además, para tratar de llegar a diferentes aspectos de su persona, busqué cartas escritas para diferentes personas, lo cual implicaba la aparición de un mismo yo Ernesto, pero siendo siempre otro yo Ernesto distinto (nunca Supremo, aclaro) y lo mismo sucedía con Martí. Así, aparecían diferentes rasgos que, como piezas de un rompecabezas, iban configurando la figura de mis dos señores, mientras ellos le escribían a sus padres, amigos, a los compañeros de guerrilla o al amor.
Por otro lado, me vinieron ideas vinculadas con los modos de escribir o mismo con el tipo de personalidades que bien podrían fundirse en los personajes de mi proyecto, tomando rasgos de uno, de otro, de ambos. A continuación, les dejo algunas de las que me parecieron más lindas o interesantes..

Rosario.–

Si pienso en V. ¿por qué he de negarme a mí mismo que pienso?–Hay un mal tan grave como precipitar la naturaleza: es contenerla. A V. se van mis pensamientos ahora: no quiero yo apartarlos de V.–

He dejado en V. hoy una impresión de tibieza: yo amo con una especie de superstición todos los últimos instantes y me irrito conmigo mismo cuando en cada adiós mío digo menos de lo que quisiera decir con él mi alma.–Y, sin embargo, Rosario, tengo en mí esa paz suave y satisfecha que se llama contento.–A nadie perdoné yo nunca lo que perdono yo a V.; a nadie he querido querer yo tanto como quisiera yo querer a Vd.–

Rosario, me parece que están despertándose en mí muy inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza; me parece que voy a hallar una alma clara, pudorosa, entusiasta, leal, con todas las ternuras de mujer, y toda la alteza de mujer mía.–Mía, Rosario.–Mujer mía es más, mucho más que mujer común.–

Tiene un alma de mujer enamorada muy bellos embarazos, muy suspicaces precauciones, encantadoras reservas, puerilidades exquisitas.–Y ¿a qué1 las inconstancias y desfallecimientos de este espíritu mío tan enamorado de la luz que todo lo necesita para sus amores sin mancha y sin tiniebla.–Rosario,–Rosario, yo he empezado a amar ya en sus ojos un candor en tanto grado vivo en ellos, que ni V. misma sospecha que todavía vive en V. en tanto grado.–

JOSÉ MARTÍ.


Queridos viejos:

Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.

Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.

Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente, mi marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.

Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo.

Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente, hoy.

Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas flácidas y unos pulmones cansados. Lo haré.

Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.

Ernesto

Por otra parte, en orden con las ideas que venían apareciendo en mi mente, me surgió la necesidad de conocer el habla del cubano, un español que si bien era eso, español, inevitablemente (y afortunadamente) tendría rasgos propios, característicos de sus hablantes. En consecuencia, vino mi segundo gran interés.. Quería conseguir información sobre el español cubano, sobre cubanismos, sobre diferencias dialectales, características que, desafortunadamente, se hallaban borradas en los cuentos leídos, bajo un español de norma media culta y tan neutro como el de algunas novelas de exportación, aunque, probablemente, debido quizás a una particularidad dialectal más propia de la oralidad que de la escritura.. Puede ser, todo puede ser.. El caso es que, como venía diciendo, quería conocer esas frases, esos rasgos, en fin, ¡quería hablar como ellos! Así que ése fue mi segundo paso en la búsqueda y así fue que fui introduciéndome en las especificidades de este español, mediante diccionarios, páginas educativas, opiniones de lingüistas nativos y demás cuestiones que, supongo, han tenido un efecto bastante positivo, ya que, mientras empezaba a escribir mi proyecto, cuando llegaba el habla de mis personajes, sentía una profunda extrañeza: sin dudas, sin ningún tipo de dudas, esa voz no era la mía.
Bueno, supongo que eso es todo por hoy, ya que ahora postearé más seguido para exponer mis avances, pero tampoco es cuestión de explicitar todo de golpe, ni de cansar a ningún valiente que, como dijo alguna vez Belén, haya llegado hasta aquí. Seguiré con mi viaje cubano, viaje que tiene una hermosa y placentera música de fondo, que va desde la alegre música de los carnavales de Cuba hasta las canciones de la trova de Silvio Rodríguez, Santiago Feliz y Pablo Milanés. Veremos a dónde me llevan.

Malva

jueves, 23 de julio de 2009

Día 2 (diario de escritura)


Bueno, en primer lugar, pido disculpas por no haber subido nada el jueves pasado, pero la verdad es que la última semana fue bastante complicada y no tuve ni un poquito de tiempo para escribir. Sí para seguir pensando, pero nada más. De esta manera, no tengo grandes novedades, supongo que ahora me adentraré más en el aspecto específico de escritura de mi proyecto. Bueno, igualmente, supongo que este tiempo me sirvió para poder mirar más objetivamente lo que quería hacer y ver si coincide con lo que hoy quiero llevar a cabo, lo cual me sirve para, inicialmente, darme cuenta de que en sí, es eso lo que quiero. Muchas gracias y sólo una pregunta: ¿el libro elegido para dialogar con mi proyecto debe aparecer necesariamente en la bibliografía de la materia? De todos modos, si es así, supongo que además leeré otro, pero quería saber. Gracias por los comentarios y, nuevamente, perdón por la tardanza y la intriga.

Malva.

jueves, 9 de julio de 2009

Día 1 (del diario de escritura)

Bueno, acá estoy, inmersa en la investigación de mi Proyecto Narrativo. En relación a este, recién hace poco logré decidirme sobre qué escribir, ya que estaba con muchas ideas en la cabeza y, debo admitir, que el hecho de la actual situación en la que nos encontramos, en relación a la gripe A1H1 (creo que ya me la aprendí de memoria), me modificó en parte los planes de proyecto que tenía, pese a que estos, de todos modos, se hallaban con algunas incertidumbres y búsquedas.
La decisión llegó a mí, casualmente, (y esto tal vez no sea de importancia) mientras tocaba la guitarra y, en relación a la canción que estaba tocando, se me vino a la mente el tema de mi proyecto: Cuba. Aún no me he decidido específicamente sobre que tipo de narración quiero realizar, pero supongo que estas se irán delineando con el progreso de mi búsqueda y, además, estoy muy contenta con haber encontrado el eje de mi proyecto. En sí, me parece interesante adentrarme en este país, por su historia, por su proceso revolucionario, por sus contradicciones, por su cultura, entre algunos de los aspectos que conozco y sobre los cuales tengo un gran interés por seguir indagando.
De todos modos, y pese a que aún no lo he decidido firmemente, me gustaría abocarme a algo que pueda tener que ver con el diario de un guerrillero, con la aparición de cartas, aunque aún no he terminado de decidir si la situación se desarrollaría en la época de la Revolución, en la actualidad, etc. Por su parte, en relación al viaje, podría tratarse de un viaje físico del personaje (o de los personajes), aunque me interesa más que nada un viaje “interno” del mismo a lo largo del recorrido.
Bueno, actualmente, en plena etapa de definiciones, estoy realizando una linda investigación sobre el país, sobre su historia, su revolución, su cultura, sus “datos útiles” y sus “lugares imprescindibles”. Una investigación que, a medida que avanza, más me hace consciente de mi ignorancia y de lo placentero de la búsqueda y del conocer lo nuevo, lo distinto. Además, me interesa mucho saber sobre costumbres, sobre pequeñas diferencias idiomáticas o del habla, por lo cual además estoy interesándome por ciertos materiales más específicos: documentales, conciertos de Silvio Rodríguez, literatura cubana (actualmente estoy leyendo algunos cuentos de Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Gustavo Eguren, entre otros; y pensaba seguir indagando..), música cubana, entre algunos ejemplos.
Por otra parte, estoy leyendo escritos de José Martí y Ernesto Guevara que, además de placenteros, puedan serme útiles para el desarrollo del proyecto. Además, en relación a los Territorios, estoy basándome en el de la Guerra (aunque también me interesa el de Misiones) y ya he leído los fragmentos de Diario de Campaña, de José Martí, y El reposo de los héroes, de Julio Ramos, y, a partir de la idea de mi proyecto, supongo que podría conseguir – como texto completo, a partir de los expuestos en nuestra bibliografía- el de Martí. No sé Uds. que piensan, yo en sí tampoco estoy muy segura, y por eso me interesaría saber su opinión, pero me parece el más afín en relación a mi proyecto.
Bueno, supongo que esto es todo hasta ahora. Malva

miércoles, 8 de julio de 2009

Desde los muros, una forma de estar en libertad


Juicio contra el Padre Grassi, querella contra los acusados del asesinato del policía federal Garrido, sospechas de clausura del Hospital Neuropsiquiátrico Moyano, también del Borda. En el medio, se inaugura una muestra de arte: Desde los muros. Esta muestra artística tiene, tal vez, la peculiaridad de que esta vez importa más el artista que su obra. Las fotografías que se exponen y los bellos murales que se invitan a ver surgieron de la imaginación, de las manos, del aislamiento, de la soledad, del corazón de un grupo de internados del Servicio Psiquiátrico Central de Varones (Unidad 20 que funciona en el Hospital Borda) y de un grupo de chicas del Instituto Correccional de Mujeres (Unidad 3 de Ezeiza). La duda se hace presente en el pensamiento del amante estético ante la extraña mezcla de arte, prisión y locura. ¿Será que la locura de Van Gogh (hoy ya estéticamente legitimado) es la única artísticamente correcta? ¿Será que los presos tienen derecho a pintar? Desde los muros del Borda y de la cárcel de Ezeiza, hay quienes nos invitan a responder esas preguntas. Desde los muros de la Avenida de Mayo al 575, también. Será cuestión de entrar nomás, sólo hay una condición: los prejuicios, por favor, déjelos en la puerta.
Ojos. Ojos. Ojos. Por todas partes, hay ojos. A la derecha de la entrada, un gato blanco y negro, raza tintachina, me paraliza con su mirada: hipnosis, necesidad de parpadear. Hacia el centro, un grupo de personajes que disfrutan de la profundidad del mar, también se paran a mirarme. Son muchos, mejor seguir caminando. Hacia el fondo, esta vez hacia la izquierda, aparecen cuatro rostros. La cara difusa, extraña, temeraria, y nuevamente muchos ojos: esta vez asustan, y son más: ya son ocho. Ojos, ojos y más ojos. Ojos que buscan, que expresan, que dicen algo pero no se sabe qué. Ojos que no ven, corazón que no siente. Puede ser, pero no esta tarde. No hoy, cuando los cuadros tienen la firma de las chicas de Ezeiza, las del Taller “La Estampa”. Si esas chicas que no ven, que no pueden ver más allá de lo que los muros les permiten, trazaron las pinceladas de cada una de esas pinturas, y se supone que no sienten, me pregunto, entonces, por qué me miraban todos esos ojos. Me miran. Al menos ese gato, aún me sigue mirando.
El primer subsuelo del ex edificio de La Prensa es oscuro: las paredes son negras, al igual que los pisos y al igual que el techo; tanto, que, en un momento, se ponen todos de acuerdo y deciden sumergir al infiltrado visitante en un agujero negro infinito que no termina nunca jamás. Excelente marco para el cuadro de esta excelente muestra de murales y fotografía. Los murales de las chicas, las fotos de los chicos. Los, las; las, los. A la izquierda de la entrada (casualmente, también a la izquierda del auspicio del Gobierno de la Ciudad), aparecen los loquillos del Borda. Y se hacen presentes en esta Casa de la Cultura desde un lugar más anónimo, más intangible, más misterioso que sus figuras físicas: los del Borda aparecen desde sus fotografías, desde sus blancas, negras, grises fotografías, desde su Taller de Fotografía Estenopeica. Debo reconocer que, cuando por primera vez leí este extraño (y difícil de nombrar) adjetivo, no pude evitar vincularlo a la antigua y siempre vigente radio Colifata. Finalmente, la expresión nada tenía que ver con la inventiva de los creadores de la radio del Borda, sino con un antiquísimo tipo de fotografiado. Interesante técnica que precisa el revelado en la imagen principal y diluye el resto en una dispersa neblina gris. Algo parecido a lo que ocurre cuando en la sociedad aparece un loco: hay que encontrar al loco y aislarlo para que no enloquezca a más nadie y se quede loco solo. Después el loco se cura, pero alguna vez fue un loco, y debe pagar por ello, por su locura. Interesante técnica, fría y gris recepción social. Podría seguir divagando entre la locura, la Colifata, la fotografía estenopeica y la sociedad (nuestra), pero quiero volver. Necesito color, necesito expresión, necesito ver rostros: necesito ver. Decido entonces abandonar la intriga del difuso Borda para volver a los ojos penetrantes de la cárcel de Ezeiza.
Me vuelvo hacia el pabellón de las pinturas, necesito volver al tacto, quiero ver la pincelada que cada una de ellas dejó en el lienzo que le dieron para pintar. Empiezo a caminar y cuando levanto la cabeza ya no estoy más en la casa donde vive la cultura, en medio del centro porteño. Cambié la Plaza de Mayo por la Ribera y el Cabildo por la calle Caminito: no estoy en la city, estoy en La Boca. De golpe veo tantos colores que el agujero negro que aparecía antes de fondo se transforma en el colorido gráfico del sistema solar.
Antes de llegar a los grandes murales, vuelvo hacia el gato que me mira desde que llegué. Está en un lienzo, “Animales”, acompañado por otros gatos, perros, patos, un gallo, un mono, un caballo. Un hermoso caballo. Sobre fondo blanco, gruesas y finas pinceladas negras van dibujando un mapa con seres en lugar de países, un mapa perfectamente detallado. Un zoológico sin rejas sobre una blanca tela para mirar. Para mirar y disfrutar. Disfrutar de la belleza de esos animales. Sobre todo de ese gato y de sus ojos.
Ahora sí, decido finalmente recorrer los Grandes Murales. Son cinco grandes lienzos que colorean toda la sala: la iluminan, la alegran, la reviven. Las chicas de Ezeiza reviven la casa donde vive la cultura. La reviven de la mano de esas cinco pinturas. “Callejón”, “Cuarta dimensión”, “Galería”, “Resistiré”, “Set de filmación”. Todas ellas son bellas, están bien trabajadas y tienen mensajes secretos para que el observador quede atrapado en la búsqueda del perfecto detalle y descubra en él la marca para develar la verdad, el secreto. O tal vez no lo logre, muy posiblemente, y se vaya a casa pensando en él.
En los cinco aparecen siempre los ojos que buscan, que llaman, que asustan y no paran de mirar. Ojos que son una constante en estas obras, realmente algo que es imposible no observar. También presente, inquebrantable, en todos ellos aparece la libertad. Escrita, simbolizada, en el mar, en la isla, en la fiesta, en el arte, la libertad está. Esa libertad prohibida, necesaria, urgente, esa libertad que no está se inmiscuye entre los pelitos del pincel, y después entre los óleos del lienzo, y después en la totalidad del gran muro, y después está ahí, en ese color tan real, que parece que de verdad existe, que de veras es, que en serio está. Pero como, ni de verdad, ni de veras, ni en serio, realmente está, es por eso que esos dos elementos siguen estando presentes, ahí, en todos y cada uno de esos cinco lienzos: los ojos que buscan, la libertad. La libertad, los ojos que buscan. Los ojos que buscan la libertad.
“Callejón” es el que más explicita el sentido de la libertad. Nos la hace fácil y hasta nos escribe la palabra. Sin embargo, como a veces suele pasar con los silencios, esta vez la imagen explica más que la palabra. Un mural en el que está pintado un mural, lleno de palabras y frases, de yingyang y del Che, de “no votar, sino de botar”. Aparecen también las caras de las chicas pintoras, ellas quieren ir hacia esa libertad, una libertad extraña, que escapa del callejón por un agujero que va hacia el mar. Dan ganas de ir también hacia ese mar de la libertad.
Sobre el final, por si faltaba aún algo más de emoción, las chicas de Ezeiza, las del Taller “La Estampa”, nos enfrentan de golpe con toda nuestra libertad. Tomá, mirá, mirá, mirá lo que vos tenés. No lo ves, pero vale de verdad. No hace falta que yo lo diga, las dejo a ellas hablar: “Cuando son varios los años intramuros, las imágenes impresas son como ventanitas de libertad. Las sensaciones visuales perdidas en el tiempo de encierro casi no se perciben hasta volverlas a experimentar, y todas esperamos ese gran momento de libertad para recuperarlas”.
Desde los muros. Desde los muros hacia la libertad. Más que una muestra de pintura y fotografía, hablamos de un entramado de prohibición, locura, arte y sociedad. Hay que ver Desde los muros. Desde los muros, del Borda, de Ezeiza, hay que ver. Hay que ver e imaginar, también, esa realidad. Una realidad ajena, lejana que es necesario conocer y que, gracias al arte, se puede despejar un poco. Desde los muros hace a ellos estar en libertad. Desde los muros nos hace a nosotros conscientes de nuestra (no tan nuestra, pero, en fin) libertad. Finalmente, las preguntas iniciales parecen quedar respondidas y finalmente no es tan cierto que, en esta muestra, el artista importe más que su obra. Sí importa el artista, él es quien crea la obra. Pero, finalmente, es la obra quien lo crea a él: es ella quien, en definitiva, lo deja en libertad.

Viaje de gol

.
Gol. Gol. ¡Gol! Te abrazo y lloro. Te abrazo tan fuerte que no siento más nada. Y no paro de llorar. Te abrazo y lloro, papá. Y con la fuerza que me queda, grito el gol. Ese gol por el que vine, por el que no me quedé, por el que esperé tanto tiempo. Por el que te agradezco haberme traído hoy acá. Con la vista borrosa, miro el gran Parque Independencia, más grande que cualquier otro. Miro a mis hermanos, verdes, negros. Me veo en ellos, lloran conmigo, festejan, ríen, sufren a mi par. Sonrío. Te miro a vos, enfrente, que gritás conmigo, que festejás, que cantás conmigo desde tu color, desde tu rojo, desde tu negro, que desde entonces también serán míos. También sonrío.
El partido sigue. Yo no dejo de llorar. Chicago 1 – Newell’s 0, pero no acá. No en la República, sino allá. Allá lejos, allá cerca. En Rosario. En mi Rosario, hoy más mía que nunca.


*
Son las cinco de la tarde. Recién llego a casa, a la hora de siempre, como todos los jueves. Guardo la raqueta y me saco el buzo. Hace frío afuera. Adentro no, el departamento está calentito. Me estoy por ir a bañar y suena el timbre. Sos vos, pá. Bajo rápido, haciéndole caso a tu pedido. Te abro la puerta.
- Tengo un regalo para vos.
Eso fue lo único que te dejé decir, porque ni bien terminé de escucharte, me abalancé encima tuyo. Desde el hombro de tu chaqueta se veía la lluvia, también mi rostro, mi alegría. No lo podía creer, todo lo que esperaba, lo que más esperaba, iba a deja de ser un sueño para ser algo tangible, real. La vida es sueño, dicen; pero esta vez era verdad. Tan de verdad como mi camiseta, como mi bandera. Y, ahora, como mis entradas.
- Gracias, pá.
El viernes a la noche no pude dormir. No pude, casi. No podía parar de pensar en el partido del sábado. Había que ganar, no quedaba más margen. Era ganar o ganar, quedarnos o descender, marcar o marcar. No había más chances. En 90 minutos se jugaba todo. Y yo no podía contra eso. No aguantaba más, ya quería que Toia pitara de una vez y diera comienzo al juego. En sí era eso, un juego. Si, en definitiva lo era, pero no para mí. No para quien en ese momento ve todo de un solo color, de dos, mejor dicho. Ganaras o perdieras, yo quería estar, Torito, yo iba a estar. Yo voy a estar.
Al rato de escuchar mi propia voz en esta especie de monólogo sobre la filosofía del fútbol, parece que me cansé de mi misma y de pronto oscureció. O me dormí, o se cortó la luz.
Al día siguiente me desperté temprano: había que madrugar para llegar con tiempo. De todos modos, Rosario no quedaba lejos. Rosario, otro tema. Esa ciudad, tan hermosa, siempre me gustó pero nunca fui. No te conocía y ya me gustabas, desde antes, desde quién sabe cuando. Quién sabe por qué. Quién sabe. Y a quién le importa. A mi no, con quererte ya me basta.
Y así, con un exclusivísimo diseño verdinegro, mitad jugador de fútbol, mitad fruto de las manos de mi abuela, partí para allá. Para allá. Para verte a vos. Para verte a vos ganar. Para volver feliz, llorando, pero cantando con la ilusión de volver a ganar.
Papá, Manu y yo en el auto. Yo sola atrás, con todo el espacio para mí y mi nerviosismo de acompañante. Entre los dos no hacíamos una. Me sentaba, me acostaba. Prendía la radio, la apagaba. Sacaba la bandera por la ventanilla, la guardaba. Me acostaba de vuelta, me volvía a sentar. En un segundo, el verde y celeste de la ventana se cambió por un mejor verde y negro que invadía toda la ruta, que abarcaba toda la visión, que se llevaba todas las miradas. Innumerables autos se fundían en una única bandera, verde y negra. Desde arriba, desde donde tal vez hubiese alguien, seguramente se habría visto así. Seguramente ese alguien la habría disfrutado como yo. Bah, no creo que tanto.


*


Llegamos. En Rosario, a cuatro días del día de la bandera, para verte jugar a vos, con esta camiseta puesta, con mi viejo y mi hermano. Sólo faltas vos, má. Sólo vos.
Suenan las campanas. Es la hora. Entro al Santuario, miro hacia todos lados. Recuerdo que el suelo que estoy pisando lo piso alguna vez el dios de La Mano, al que veneramos todos los que compartimos esta esférica religión. Sigo caminando, ya veo como el suelo del Santuario se va haciendo verde. Verde esperanza, hoy más que nunca. Subo lentamente las gradas del Santuario, veo a los peregrinos. Rezan, lloran, piden, suplican, se abrazan. Tensos. Ellos y yo, todos.
Un día después de lo pedido, el referí pita y el juego comienza. Miles de ojos divisan la misma cosa. Una cosa redonda, radiante, brillante, se lleva las miradas de todos los presentes en el Parque Independencia. Es que parece que el sol sale de nuevo, o más que antes. Es el único segundo de distracción, desde entonces todos vuelven su vista hacia la pelota. Entre botines negros, rojos, verdes, blancos, se reparte, cariñosa. Quiere estar con todos. Mientras ella juega, inicia su función el coro: los miles de peregrinos presentes expanden su voz, siguen la letra con precisión y vocación y desafinan en todas las notas. Pero a nadie le importa, ése es el coro que todos quieren escuchar. Como escasas veces, y menos aún en este tipo de final, la división de religiones desaparece, como alguna vez pediría el gran John, y somos todos uno. Ellos, nosotros, todos uno. El mismo coro, distinto color. Tres colores, dos hinchadas, una misma canción. No creo lo que escucho. Te oigo a vos, pidiendo por mí. No querés que me vaya, querés que me quede. Yo también me quiero quedar.
Gol de Mariano. Me voy a quedar. Explota el Santuario, desde todos lados. El llanto se mezcla con una sonrisa, la tristeza con el desahogo y el ruido es cada vez mayor. Yo ahí, en el medio, grito con el alma, como nunca antes. Gol. Gol. ¡Gol! Te abrazo y lloro. Te abrazo tan fuerte que no siento más nada. Y no paro de llorar. Te abrazo y lloro, papá. Y con la fuerza que me queda, grito el gol. Ese gol por el que vine, por el que no me quedé, por el que esperé tanto tiempo. Por el que te agradezco haberme traído hoy acá. Con la vista borrosa, miro el gran Parque Independencia, más grande que cualquier otro. Miro a mis hermanos, verdes, negros. Me veo en ellos, lloran conmigo, festejan, ríen, sufren a mi par. Sonrío. Te miro a vos, enfrente, que gritás conmigo, que festejás, que cantás conmigo desde tu color, desde tu rojo, desde tu negro, que desde entonces también serán míos. También sonrío.
El partido sigue. Yo no dejo de llorar. Chicago 1 – Newell’s 0, pero no allá. No en la República, sino acá. Acá lejos, acá cerca. En Rosario. En mi Rosario, hoy más mía que nunca.


*
Son las cinco de la tarde. Como todos los jueves, a esta hora llego de cursar. Hace frío afuera. Con las manos heladas me saco el buzo, me voy a bañar. Mientras me preparo la ropa, te veo. Te veo y en un segundo se me vienen mil imágenes a la cabeza. Cuando te sacaba por la ventanilla del auto, cuando te volvía a meter, cuando saltabas conmigo, cuando a la vuelta en el auto me tapaba con vos. Cuando fuiste una de las piezas del rompecabezas de la gran bandera verdinegra. Te vi y me acordé de todo. Del viaje, de la ida, de la vuelta, de la felicidad, de la ilusión, de los sueños, del triunfo. Pero no sólo de eso. Fui por un gol, pero me llevé mucho más que eso.
Ese sábado, Chicago le ganó a Newell’s 2 a 0. A la salida del encuentro los simpatizantes de ambas parcialidades intercambiaban palabras, sonrisas y camisetas. Rosario se solidarizó con el Torito y le brindó la mejor estadía. Después, el equipo de Mataderos enfrentaría en la Promoción a Tigre, el equipo de Victoria, en dos encuentros por una sola vacante en Primera División.
Los dos encuentros se jugaron. También estuve. Pero esta vez, la vacante se la quedó Tigre y la alegría se fue para Victoria. Eso ya no importa. Porque hoy te veo, te toco, en tus suaves franjas verdes y negras y me acuerdo de ese sábado, de ese gol. Del abrazo con vos, viejo. Del abrazo con vos, Newell’s. Del abrazo con vos, Rosario. Del gol de Mariano, del coro desentonado y del pitazo final. Te vi ganar. Te vi perder. Te vi, y detrás de tuyo, vi muchas otras cosas, que cuando tomé la entrada no imaginaba ver. Vi un partido, pero mucho más.
Gol. Gol. ¡Gol! Me acuerdo del gol y sonrío. Me acuerdo de la vuelta en caravana y sonrío. Más allá de lo que pasó después, me acuerdo del viaje, y sonrío.
Es que la vida sigue. Y yo, como siempre, no dejo de jugar. Ni de reír. Y más cuando, como hoy, me encuentro con esta bandera y me acuerdo de ese sábado. Chicago 2 – Newell’s 0, pero no acá. No en la República, sino allá. Allá lejos, allá cerca. En Rosario. En mi Rosario, hoy, como ayer, como siempre, más mía que nunca.

El cuento sin final, siempre hay alguien que no para de leer..


Don Mariano es un hombre de 82 años. Para los vecinos de Flores es el viejo loco de los libros. Es un viejo tan loco que nadie nunca se acerca a él, como para darse cuenta que en realidad no es ningún loco. O sí, tal vez lo sea. ¿Pero quién no lo es..?
Ese sábado, cuando Martín volvía de la cancha vio a Don Mariano en el banco de la placita Los Andes. Venía contento, Italiano había ganado y seguía puntero. En su cara se veía el sueño de la vuelta a Primera, el sueño de Martín. Martín Casale tenía 18 años y durante su corta vida nunca había visto al Tano en la A. No sabía cómo era, siempre soñaba con eso: ir a verlo contra Boca, River, algo que no podía imaginar. Su vida pasaba por eso, el fútbol y los pibes del barrio, siempre salía algo. Pero esa tarde, cuando cruzó por la placita y vio al viejo demente, le dio curiosidad. No entendía por qué la gente decía eso sobre él, al fin y al cabo el viejo nunca le había hecho nada a nadie. Entonces, despacito, se fue acercando al banco del viejo.
Mariano tenía en la mano un libro, como siempre. Su pelo era un remolino entre gris y negro, algo así como cuando se está por largar a llover, pensó Martín. Tenía un saco gris, gastado, y las manos secas, muchas hojas habían pasado por ahí. Por más que tuviera ese nombre, las arrugas delataban su edad, recorrían su cara desde el mentón hasta la frente, donde se chocaban con sus finas cejas negras.
“¿Qué lee Sr?”, preguntó Martín sin saber qué estaba haciendo, ni por qué lo hacía, ni si ésa era la mejor pregunta para ese hombre que, ahora, lo estaba mirando tan fijamente que lograba hacerlo sentir molesto, incómodo.
“¿Qué haces pibe? Acá estoy, leyendo. No sé qué leo, no me preguntes. No sé por qué lo hago. No se de escritores ni de poesía. Sólo estoy buscando el final de un cuento, lo perdí cuando tenía 20 años. Ahora tengo 62 y cuando lo encuentre, probablemente ya no me acuerde ni para qué lo buscaba.”
Martín se había quedado absorto con el relato de Don Mariano. El viejo había largado un centenar de palabras, tan rápido y todas juntas, que no le había dado tiempo a reaccionar. ¿Qué hacia ese hombre buscando el final de un cuento? Estaba loco, definitivamente. Todos en el barrio tenían razón.
“No estoy loco, pibe. Sé que lo estás pensando, sé que es lo que todos piensan acá, pero no me importa”.
Hacía mucho que no hablaba, parecía. Tenía los labios secos, pero sin embargo hablaba ligero, como si tuviera mucho que decir. Mirá, le dijo y sacó del abrigado tapado gris un libro naranja, era de tamaño mediano y estaba lleno de mugre, pensó Martín. Mariano le dio el libro a Martín, como dándole una posta y éste se sintió importante: nunca nadie había hablado con el viejo y ahora él estaba conociendo su historia. Le intrigaba todo lo que ese hombre decía, todo lo que había dicho en esos 5 minutos que le habían parecido 20. O más.
Martín tomó el libro como si fuera de vidrio. Despacio, creo que nunca había tocado algo con tanta delicadeza, con tanto cuidado, con tanto todo. Mariano lo observaba, agradeciendo el cuidado de ese extraño joven que se había aparecido a preguntarle cosas de su vida, agradeciéndole eso también. La tapa estaba cubierta por una infinidad de relojes, de todas las formas, tamaños, colores. Incluso había uno parecido al que Sandra tenía en la mesita del comedor, ese reloj al que le pasaba el trapito todos los días, siempre limpito estaba. Sólo relojes había y una palabra, o quizás un nombre, no lo sabía, escrito con letras negras en el margen inferior izquierdo: “Momo”. ¿Quién sabe qué sería eso, no?, pensó Martín. Lo abrió, las páginas estaban amarillas y con ese olor a libro viejo que a él tanto le gustaba. ¿A quién no le gustaba?, pensó. En la primera página, aparecía el primer número que veía: “Fecha de impresión: 19 de diciembre de 1971”. Tras leer eso, Martín recordó la vida de aquel hombre, obsesionado con aquel libro que él ahora sostenía suavemente con sus manos. Decidió comprobar lo que Don Mariano le había dicho, así que lentamente recorrió las paginas del libro y llegó al final: era cierto, faltaba la última página, la 299. El libro había quedado inconcluso en la 298, dejando el enigma sin resolver, con una última frase. “Era su hora”, sentenciaba el libro.
“Nunca encontré esa hoja, pibe. Hace 62 años que la busco. No perdí las esperanzas todavía, pero viste cómo es esto. Ya cada vez puedo caminar menos, ahora hago todo despacito. Y los ojos no ayudan tampoco, cada vez veo menos. Es difícil, viste, pibe”.



Martín colgó las llaves en el llavero, dejó la campera tirada en la cama y guardó el carnet de Italiano en el cajón del escritorio. Se tiró en la cama . Eran las ocho. Había estado más de dos horas hablando con Don Mariano. Y no se arrepentía para nada: en un par de horas todo lo que creía sobre él había cambiado, y en un par de segundos se había quedado deslumbrado con aquel libro naranja al que había sostenido con tanto cuidado. En ese rato, todo eso había cambiado. Había sido sólo cuestión de tiempo. Todo era cuestión de tiempo, pensó Martín. Todo. La vida de ese pobre hombre había sido robada por los relojes de ese extraño libro naranja, pensó. El tiempo había podido con él. Pero en ese instante, en el que se dio cuenta que no estaba pensando ni en el triunfo de Italiano ni en la punta de la tabla, un ruido interrumpió la revelación. Sandra golpeó la puerta, entró y le dio un beso en la mejilla. No lo había visto en todo el día. “A comer, hijo”, sentenció, poniendo punto final al viaje filosófico de Martín.
Al día siguiente, Martín esperó ansioso hasta que se hicieran las 6 de la tarde. Quería volver a hablar con Mariano, necesitaba hacerlo. Estaba mirando la tele cuando el vibrador del celular le avisó que ya era hora: eran las seis menos veinte y el viejo ya debía estar en el banco de la plaza. A los diez minutos, ya estaba ahí, pero no vio a Don Mariano. No vio nada, sólo el banco y un médico cerca de una ambulancia. El médico llevaba el sobretodo de Mariano. Martín se asustó.
“¿Qué pasó con Don Mariano?”, preguntó Martín. “¿En qué hospital está?”.
“No, pibe. El viejo se fue. Tenía como 80 años y el bobo dijo basta. Igual no sufrió, falleció por muerte súbita hoy a las cuatro de la tarde”,
dijo el hombre de chaqueta celeste mientras apoyaba el sobretodo en el asiento de adelante.
Nadie podía querer al viejo según ellos, pensó Martín. Ni siquiera le había preguntado si lo conocía. Por algo él le había preguntado. Con bronca y con una tristeza que ni él mismo lograba comprender, se dio cuenta que tenía que conseguir algo: el libro. Antes que el médico se subiera a la ambulancia, y sin que éste lo viera, metió la mano por la puerta entreabierta y, sólo con la ayuda del tacto, lo buscó. Rogó que estuviera. Estaba ahí, en el último bolsillo en el cual buscó, ya con la última esperanza. Tomó el libro, con la misma suavidad que la primera vez, y se fue.
Una semana después, el libro seguía en el bolsillo de su campera. No lo había vuelto a agarrar desde el domingo anterior. Había quedado triste por la muerte del viejo, un viejo al que casi ni conocía pero que había escuchado atentamente ese sábado. Había escuchado atentamente cada frase de la historia que ése viejo le contaba. Ese viejo no era ningún loco.
Ese domingo, Italiano le ganó 3 a 1 a Sarmiento de Junín de visitante y quedó a dos fechas de la máxima consagración. La vuelta a primera era inevitable y en Ciudad Evita los festejos y las banderas hacían crecer una ilusión escondida, guardada en un cajón. Tan guardada como el carnet de Martín, que ni se había enterado de la victoria del Tano. Martín estaba ocupado leyendo un libro. Un libro naranja con una tapa que estaba cubierta por una infinidad de relojes, de todas las formas, tamaños y colores.
Martín leía y leía. Y esta vez, al parecer.. Era su hora.

viernes, 29 de mayo de 2009

Las Malvinas, un tema pendiente

Ayer fue 2 de abril. Y, como todos los años, hay bastante para ver, leer o escuchar. O todo junto. Malvinas siempre está presente el 2 de abril, todos los años. Pero ese, precisamente, es el error y no el orgullo o reconocimiento que todos creemos que hacemos cuando, una vez por año, miramos hacia quienes estuvieron en el Sur y decimos: “Que valientes fueron, la Patria ha sido injusta”. Y eso es todo, pasan esas 24 horas y, de repente, todo vuelve a ser igual. Casi nadie vuelve a recordar a Malvinas, ni a los combatientes, ni a la memoria, ni al hielo. Todo queda bien guardado, como debe ser, para ser sacado nuevamente dentro de 365 días.
De todos modos, este año fue diferente. Malvinas tuvo en este 2009 una relevancia menor a la que suele tener todos los años. Y no sólo Malvinas, sino todos los grandes temas de la semana fueron relegados detrás de una noticia, una muerte, un nombre. Raúl Alfonsín, primer presidente argentino tras la restauración democrática, falleció el martes 31 de marzo, dos días antes del día del recuerdo de nuestras islas, su memoria, sus combatientes y su soberanía. Así fue que todo quedó en segundo plano, todo: tanto el fútbol como las Malvinas, tanto la máxima pasión nacional como el tema pendiente de todos los argentinos.
Sin embargo, como dice el dicho, el que busca, encuentra, y entre los diferentes homenajes a los cuales llegué hubo particularmente dos que me llamaron la atención. Uno me gustó más que el otro, me pareció realista, fue lo que tal vez quería escuchar. El otro, en cambio, fue totalmente ajeno a lo que hubiese pensado que iba a leer, escuchar o ver. Me paralizó, y fue tal vez eso lo que me atrapó, la sensación de tener que seguir leyendo algo cuando en realidad ya no quería seguir haciéndolo.
El primero es una editorial del periodista Alfredo Leuco, “Carta Abierta sobre los héroes de Malvinas”, que fue leída por él mismo en el programa radial de Fernando Bravo, “Bravo Continental”. Me gustó por la evocación histórica que hace de los jóvenes combatientes, relacionándola con los sentimientos de una sociedad indiferente que, tal vez dolida por su propio pasado, no puede mirar a los ojos a quienes, en su momento, dieron (o fueron cruelmente obligados a dar) la vida por la Patria, por la Argentina, en fin: por nosotros. En sí eso me pareció interesante, referirse más a la sociedad que a las autoridades políticas de ese entonces, porque ese es un discurso sabido, conocido, memorizado, que si bien es imprescindible saber, es bueno ver otras cosas, abrir nuevas puertas. Finalmente, me gustó mucho la escucha del texto a partir de la voz de su propio autor, escuchando sus cambios de voz, dándole más fuerza o más tranquilidad cuando era necesario, escuchando atentamente sus pausas, interpretando cada silencio. Sin embargo, hubo algo que realmente no me gustó y fue la suave música de fondo de la Marcha de las Malvinas, ya que me pareció que dificultaba la concentración y disolvía el clima creado por el autor mientras realizaba su lectura. Pero, de todos modos, ese detalle terminó quedando en segundo plano, a medida que el relato avanzaba.
El otro sí es un texto escrito, cuyo autor es el reconocido compositor rosarino Adrián Abonizio, que fue publicado en el diario Página/12 bajo el nombre de “Nadie mata en el sur”. Este artículo, que se refiere no sólo específicamente a la guerra de las islas, emite un homenaje de una manera más extraña, por medio de una experiencia más cercana, cotidiana, que va involucrando al lector en el relato y desnudando sus emociones o sentimientos. Particularmente, me resultó chocante leer, este día, la frase permanente del relato referida a la belleza de matar, aunque me parece un recurso interesante, poco común y que provoca una fuerte sensación en quien lo lee. En definitiva, no fue el relato en sí mismo lo que me gustó, sino la idea propuesta por el autor para invocar, de otra manera, lo que pasó ese 2 de abril, hace 27 años, en unas islas que, entonces, no conocía casi nadie.
Hoy
, sin embargo, son, para nosotros, las islas más conocidas de todas. Y creo que, ya sólo por el hecho de serlo, merecen una reflexión más duradera y profunda que la se puede hacer sólo una vez por año. Y ellos, los que lucharon en ellas y por ellas, también lo merecen. Porque forman parte de nuestro pasado, ese que nadie quiere repetir, ni a veces recordar. Y porque, sin dudas, forman parte de nuestro presente, este hoy que sí debemos mirar, y de frente, y que si no nos gusta, sí estamos a tiempo de cambiar.

Siempre escribiendo..

Siempre me gustó escribir. Desde chiquita. Escribía en mi casa, sola, pero también fue la escuela la que me brindó esa posibilidad y me hizo darme cuenta de cuánto me gustaba ponerme en frente de una hoja en blanco y empezar a jugar. Así, aparecía mi marca en muchos trabajos escolares en los que, probablemente, no era esperado que apareciera, pero sin embargo, mis maestras me respetaban esas “escapaditas” mías, porque, seguramente, también les divertía o gustaría leerlas. Además, averiguaba y me inscribía en cuanto concurso había: así fue que escribí mis dos primeros textos completos, si mi memoria no me falla. Uno de ellos, lamentablemente, lo perdí y me da lástima saber que no puedo volver a uno de mis primeros escritos. Fue mi única novela, “La valija de los $100000”, y la escribí cuando debía tener alrededor de 12 años. Siempre me acuerdo de mis hojitas borrador por todas las partes de la mochila. El otro texto fue una biografía de mi prócer favorito, desde siempre: San Martín. Me encantó escribirla porque sentía que le estaba dedicando algo mío a él, a quien tanto admiraba.
Después siguieron más papeles, más hojas, más borradores, pero en general quedaban ahí, inconclusos. Apareció mi primer poesía (y una de las únicas), sobre la caída de las Torres Gemelas, y poco después llegaron mis primeras y adoradas crónicas deportivas. Ya en la secundaria, me encantaban los trabajos de historia o literatura en los que podía volar un poco, hacer un análisis más profundo del simple “justifique su respuesta”. Entonces ahí me iba, con el aval de mis profes, y era feliz de hacerlo. Pero a veces no se podía, y entonces ahí nacieron mis primeros cuentos cortos, en las entrañables “horas libres” de la secundaria o en algún ratito en mi cuarto. Así aparecieron dos cuentitos que me encantan y que, siempre que tengo un ratito y me acuerdo, me siento y me pongo a leer: “Adiós vida”, la historia de la triste Ana, y “Viaje sin boleto de vuelta”, sobre un día en la vida de un Juan.
Y así siguieron apareciendo más crónicas, mis primeras dos pequeñas publicaciones, y con ellas una sensación enorme de alegría y de orgullo, de verme ahí, de ver ahí mi nombre: Malva Marani. Después empecé a escribir comentarios de algunos libros que leí, como “La Patagonia rebelde”, “A sangre fría” u “Operación Masacre”, entre otros. Sin embargo, de mis últimos textos, el que más me gustó fue un pequeño homenaje al gigante Negro Roberto Fontanarrosa, a quien admiro y quiero profundamente
Hoy sigo escribiendo, de todo un poco, y si es de fútbol, mejor. De lo último que escribí, me acuerdo de una nota sobre la imponente caída de Argentina en La Paz, con el seleccionado boliviano, por 6 a 1. En resumen, a lo largo de este tiempo, puedo decir que escribí casi de todo: cuentos, novelas, comentarios, crónicas de fútbol. Y hasta de danza, porque, sin dudas, ese día, fue terrible el baile que nos dieron.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Mi 19 de diciembre de 1971

La primera vez que leí “19 de diciembre de 1971” fue también mi primera vez con el Negro Roberto Fontanarrosa. Fue mi primer acercamiento a su persona, a su obra, a su historia. Y fue también desde entonces que no me separé de él jamás. Incluso, como ya me ha pasado en otros casos, a pesar de haberlo leído una vez que él ya no estaba más de este lado.. Cuando leí "19 de diciembre.. " yo estaba terminando quinto año del secundario y era octubre del 2007, y el Negro se nos había ido, unos meses antes, en julio del mismo año. Fue por eso, tal vez, que me emocionó tanto el haber leído ese cuento.. Porque siento que en esa lectura se conjugaron muchas cosas, muchos sentimientos.. Entre ellos, este que trato de explicitar ahora: Yo estaba conociendo a un escritor, que me estaba pareciendo increíble, pero a la vez sabía, que ya no podría conocerlo más, de alguna manera.. El ya no estaba aquí, entre nosotros.. Sólo podía llegar a él a través del papel, y fue entonces cuando me decidí a aceptar esa extraña relación.. Entre el Negro, el papel y yo..
Pero volviendo a lo que fue esa lectura en sí misma.. Fue realmente fascinante.. Fue un profesor quien me entregó el cuento, como quién confía un objeto muy preciado, y nos dijo : “Léanlo, para mí es el mejor de todos”.. En ése momento no sabía que , tras avistar el punto final esa vez, y muchas veces más, terminaría llegando a la misma conclusión.
Personalmente, soy una amante del fútbol, y con él de todo el folclore que lo rodea, el folclore sano, aclaro: La gente que va a la cancha el fin de semana, con sus banderas, con su camiseta, llena de una pasión inexplicable, provocada solamente por un puñado de colores.. El partido, los gritos, los goles, los cantitos, los llantos, la taquicardia, el abrazo espontáneo con un hermano desconocido, que siente en ese momento lo mismo que yo.. Ésas y miles de situaciones más, esa magia incomprensible que existe sólo para ser vista y que no permite ningún tipo de lógica, ése folclore del que hablo nunca pudo haber sido mejor descripto que en un cuento del Negro Fontanarrosa. Y, en mi caso, considero que la historia que aparece en “19 de diciembre..” es una historia mágica, pero real, que ha sucedido , sucede, y seguirá sucediendo, en las distintas canchas del fútbol argentino. Es la mejor historia, porque llega a la esencia de esa pasión, y porque resume, tal vez en el máximo extremo, la simpleza del amor por un equipo de fútbol, y el sentimiento más profundo y sincero de aquel hincha que “muere” por ver a su equipo jugar.
Definitivamente, ese día me deslumbró ver cómo una persona podía comprender esa pasión incomprensible, y adueñarse de ella para retratarla en un cuento. O en varios, pero, sin dudarlo, éste fue para mí el mejor de todos, porque cuando lo leí por primera vez, reí, me emocioné, sufrí y me reí otra vez.. Y ya sobre el final.. Yo también estaba ahí, ese 19 de diciembre de 1971, en el Monumental, cantando con la hinchada y acompañando al protagonista en su pensamiento, porque sin dudas, “si me dan a elegir una manera de morir”, yo, definitivamente, también elijo ésa.