Siempre me gustó escribir. Desde chiquita. Escribía en mi casa, sola, pero también fue la escuela la que me brindó esa posibilidad y me hizo darme cuenta de cuánto me gustaba ponerme en frente de una hoja en blanco y empezar a jugar. Así, aparecía mi marca en muchos trabajos escolares en los que, probablemente, no era esperado que apareciera, pero sin embargo, mis maestras me respetaban esas “escapaditas” mías, porque, seguramente, también les divertía o gustaría leerlas. Además, averiguaba y me inscribía en cuanto concurso había: así fue que escribí mis dos primeros textos completos, si mi memoria no me falla. Uno de ellos, lamentablemente, lo perdí y me da lástima saber que no puedo volver a uno de mis primeros escritos. Fue mi única novela, “La valija de los $100000”, y la escribí cuando debía tener alrededor de 12 años. Siempre me acuerdo de mis hojitas borrador por todas las partes de la mochila. El otro texto fue una biografía de mi prócer favorito, desde siempre: San Martín. Me encantó escribirla porque sentía que le estaba dedicando algo mío a él, a quien tanto admiraba.
Después siguieron más papeles, más hojas, más borradores, pero en general quedaban ahí, inconclusos. Apareció mi primer poesía (y una de las únicas), sobre la caída de las Torres Gemelas, y poco después llegaron mis primeras y adoradas crónicas deportivas. Ya en la secundaria, me encantaban los trabajos de historia o literatura en los que podía volar un poco, hacer un análisis más profundo del simple “justifique su respuesta”. Entonces ahí me iba, con el aval de mis profes, y era feliz de hacerlo. Pero a veces no se podía, y entonces ahí nacieron mis primeros cuentos cortos, en las entrañables “horas libres” de la secundaria o en algún ratito en mi cuarto. Así aparecieron dos cuentitos que me encantan y que, siempre que tengo un ratito y me acuerdo, me siento y me pongo a leer: “Adiós vida”, la historia de la triste Ana, y “Viaje sin boleto de vuelta”, sobre un día en la vida de un Juan.
Y así siguieron apareciendo más crónicas, mis primeras dos pequeñas publicaciones, y con ellas una sensación enorme de alegría y de orgullo, de verme ahí, de ver ahí mi nombre: Malva Marani. Después empecé a escribir comentarios de algunos libros que leí, como “La Patagonia rebelde”, “A sangre fría” u “Operación Masacre”, entre otros. Sin embargo, de mis últimos textos, el que más me gustó fue un pequeño homenaje al gigante Negro Roberto Fontanarrosa, a quien admiro y quiero profundamente
Hoy sigo escribiendo, de todo un poco, y si es de fútbol, mejor. De lo último que escribí, me acuerdo de una nota sobre la imponente caída de Argentina en La Paz, con el seleccionado boliviano, por 6 a 1. En resumen, a lo largo de este tiempo, puedo decir que escribí casi de todo: cuentos, novelas, comentarios, crónicas de fútbol. Y hasta de danza, porque, sin dudas, ese día, fue terrible el baile que nos dieron.
Después siguieron más papeles, más hojas, más borradores, pero en general quedaban ahí, inconclusos. Apareció mi primer poesía (y una de las únicas), sobre la caída de las Torres Gemelas, y poco después llegaron mis primeras y adoradas crónicas deportivas. Ya en la secundaria, me encantaban los trabajos de historia o literatura en los que podía volar un poco, hacer un análisis más profundo del simple “justifique su respuesta”. Entonces ahí me iba, con el aval de mis profes, y era feliz de hacerlo. Pero a veces no se podía, y entonces ahí nacieron mis primeros cuentos cortos, en las entrañables “horas libres” de la secundaria o en algún ratito en mi cuarto. Así aparecieron dos cuentitos que me encantan y que, siempre que tengo un ratito y me acuerdo, me siento y me pongo a leer: “Adiós vida”, la historia de la triste Ana, y “Viaje sin boleto de vuelta”, sobre un día en la vida de un Juan.
Y así siguieron apareciendo más crónicas, mis primeras dos pequeñas publicaciones, y con ellas una sensación enorme de alegría y de orgullo, de verme ahí, de ver ahí mi nombre: Malva Marani. Después empecé a escribir comentarios de algunos libros que leí, como “La Patagonia rebelde”, “A sangre fría” u “Operación Masacre”, entre otros. Sin embargo, de mis últimos textos, el que más me gustó fue un pequeño homenaje al gigante Negro Roberto Fontanarrosa, a quien admiro y quiero profundamente
Hoy sigo escribiendo, de todo un poco, y si es de fútbol, mejor. De lo último que escribí, me acuerdo de una nota sobre la imponente caída de Argentina en La Paz, con el seleccionado boliviano, por 6 a 1. En resumen, a lo largo de este tiempo, puedo decir que escribí casi de todo: cuentos, novelas, comentarios, crónicas de fútbol. Y hasta de danza, porque, sin dudas, ese día, fue terrible el baile que nos dieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario