viernes, 29 de mayo de 2009

Las Malvinas, un tema pendiente

Ayer fue 2 de abril. Y, como todos los años, hay bastante para ver, leer o escuchar. O todo junto. Malvinas siempre está presente el 2 de abril, todos los años. Pero ese, precisamente, es el error y no el orgullo o reconocimiento que todos creemos que hacemos cuando, una vez por año, miramos hacia quienes estuvieron en el Sur y decimos: “Que valientes fueron, la Patria ha sido injusta”. Y eso es todo, pasan esas 24 horas y, de repente, todo vuelve a ser igual. Casi nadie vuelve a recordar a Malvinas, ni a los combatientes, ni a la memoria, ni al hielo. Todo queda bien guardado, como debe ser, para ser sacado nuevamente dentro de 365 días.
De todos modos, este año fue diferente. Malvinas tuvo en este 2009 una relevancia menor a la que suele tener todos los años. Y no sólo Malvinas, sino todos los grandes temas de la semana fueron relegados detrás de una noticia, una muerte, un nombre. Raúl Alfonsín, primer presidente argentino tras la restauración democrática, falleció el martes 31 de marzo, dos días antes del día del recuerdo de nuestras islas, su memoria, sus combatientes y su soberanía. Así fue que todo quedó en segundo plano, todo: tanto el fútbol como las Malvinas, tanto la máxima pasión nacional como el tema pendiente de todos los argentinos.
Sin embargo, como dice el dicho, el que busca, encuentra, y entre los diferentes homenajes a los cuales llegué hubo particularmente dos que me llamaron la atención. Uno me gustó más que el otro, me pareció realista, fue lo que tal vez quería escuchar. El otro, en cambio, fue totalmente ajeno a lo que hubiese pensado que iba a leer, escuchar o ver. Me paralizó, y fue tal vez eso lo que me atrapó, la sensación de tener que seguir leyendo algo cuando en realidad ya no quería seguir haciéndolo.
El primero es una editorial del periodista Alfredo Leuco, “Carta Abierta sobre los héroes de Malvinas”, que fue leída por él mismo en el programa radial de Fernando Bravo, “Bravo Continental”. Me gustó por la evocación histórica que hace de los jóvenes combatientes, relacionándola con los sentimientos de una sociedad indiferente que, tal vez dolida por su propio pasado, no puede mirar a los ojos a quienes, en su momento, dieron (o fueron cruelmente obligados a dar) la vida por la Patria, por la Argentina, en fin: por nosotros. En sí eso me pareció interesante, referirse más a la sociedad que a las autoridades políticas de ese entonces, porque ese es un discurso sabido, conocido, memorizado, que si bien es imprescindible saber, es bueno ver otras cosas, abrir nuevas puertas. Finalmente, me gustó mucho la escucha del texto a partir de la voz de su propio autor, escuchando sus cambios de voz, dándole más fuerza o más tranquilidad cuando era necesario, escuchando atentamente sus pausas, interpretando cada silencio. Sin embargo, hubo algo que realmente no me gustó y fue la suave música de fondo de la Marcha de las Malvinas, ya que me pareció que dificultaba la concentración y disolvía el clima creado por el autor mientras realizaba su lectura. Pero, de todos modos, ese detalle terminó quedando en segundo plano, a medida que el relato avanzaba.
El otro sí es un texto escrito, cuyo autor es el reconocido compositor rosarino Adrián Abonizio, que fue publicado en el diario Página/12 bajo el nombre de “Nadie mata en el sur”. Este artículo, que se refiere no sólo específicamente a la guerra de las islas, emite un homenaje de una manera más extraña, por medio de una experiencia más cercana, cotidiana, que va involucrando al lector en el relato y desnudando sus emociones o sentimientos. Particularmente, me resultó chocante leer, este día, la frase permanente del relato referida a la belleza de matar, aunque me parece un recurso interesante, poco común y que provoca una fuerte sensación en quien lo lee. En definitiva, no fue el relato en sí mismo lo que me gustó, sino la idea propuesta por el autor para invocar, de otra manera, lo que pasó ese 2 de abril, hace 27 años, en unas islas que, entonces, no conocía casi nadie.
Hoy
, sin embargo, son, para nosotros, las islas más conocidas de todas. Y creo que, ya sólo por el hecho de serlo, merecen una reflexión más duradera y profunda que la se puede hacer sólo una vez por año. Y ellos, los que lucharon en ellas y por ellas, también lo merecen. Porque forman parte de nuestro pasado, ese que nadie quiere repetir, ni a veces recordar. Y porque, sin dudas, forman parte de nuestro presente, este hoy que sí debemos mirar, y de frente, y que si no nos gusta, sí estamos a tiempo de cambiar.

Siempre escribiendo..

Siempre me gustó escribir. Desde chiquita. Escribía en mi casa, sola, pero también fue la escuela la que me brindó esa posibilidad y me hizo darme cuenta de cuánto me gustaba ponerme en frente de una hoja en blanco y empezar a jugar. Así, aparecía mi marca en muchos trabajos escolares en los que, probablemente, no era esperado que apareciera, pero sin embargo, mis maestras me respetaban esas “escapaditas” mías, porque, seguramente, también les divertía o gustaría leerlas. Además, averiguaba y me inscribía en cuanto concurso había: así fue que escribí mis dos primeros textos completos, si mi memoria no me falla. Uno de ellos, lamentablemente, lo perdí y me da lástima saber que no puedo volver a uno de mis primeros escritos. Fue mi única novela, “La valija de los $100000”, y la escribí cuando debía tener alrededor de 12 años. Siempre me acuerdo de mis hojitas borrador por todas las partes de la mochila. El otro texto fue una biografía de mi prócer favorito, desde siempre: San Martín. Me encantó escribirla porque sentía que le estaba dedicando algo mío a él, a quien tanto admiraba.
Después siguieron más papeles, más hojas, más borradores, pero en general quedaban ahí, inconclusos. Apareció mi primer poesía (y una de las únicas), sobre la caída de las Torres Gemelas, y poco después llegaron mis primeras y adoradas crónicas deportivas. Ya en la secundaria, me encantaban los trabajos de historia o literatura en los que podía volar un poco, hacer un análisis más profundo del simple “justifique su respuesta”. Entonces ahí me iba, con el aval de mis profes, y era feliz de hacerlo. Pero a veces no se podía, y entonces ahí nacieron mis primeros cuentos cortos, en las entrañables “horas libres” de la secundaria o en algún ratito en mi cuarto. Así aparecieron dos cuentitos que me encantan y que, siempre que tengo un ratito y me acuerdo, me siento y me pongo a leer: “Adiós vida”, la historia de la triste Ana, y “Viaje sin boleto de vuelta”, sobre un día en la vida de un Juan.
Y así siguieron apareciendo más crónicas, mis primeras dos pequeñas publicaciones, y con ellas una sensación enorme de alegría y de orgullo, de verme ahí, de ver ahí mi nombre: Malva Marani. Después empecé a escribir comentarios de algunos libros que leí, como “La Patagonia rebelde”, “A sangre fría” u “Operación Masacre”, entre otros. Sin embargo, de mis últimos textos, el que más me gustó fue un pequeño homenaje al gigante Negro Roberto Fontanarrosa, a quien admiro y quiero profundamente
Hoy sigo escribiendo, de todo un poco, y si es de fútbol, mejor. De lo último que escribí, me acuerdo de una nota sobre la imponente caída de Argentina en La Paz, con el seleccionado boliviano, por 6 a 1. En resumen, a lo largo de este tiempo, puedo decir que escribí casi de todo: cuentos, novelas, comentarios, crónicas de fútbol. Y hasta de danza, porque, sin dudas, ese día, fue terrible el baile que nos dieron.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Mi 19 de diciembre de 1971

La primera vez que leí “19 de diciembre de 1971” fue también mi primera vez con el Negro Roberto Fontanarrosa. Fue mi primer acercamiento a su persona, a su obra, a su historia. Y fue también desde entonces que no me separé de él jamás. Incluso, como ya me ha pasado en otros casos, a pesar de haberlo leído una vez que él ya no estaba más de este lado.. Cuando leí "19 de diciembre.. " yo estaba terminando quinto año del secundario y era octubre del 2007, y el Negro se nos había ido, unos meses antes, en julio del mismo año. Fue por eso, tal vez, que me emocionó tanto el haber leído ese cuento.. Porque siento que en esa lectura se conjugaron muchas cosas, muchos sentimientos.. Entre ellos, este que trato de explicitar ahora: Yo estaba conociendo a un escritor, que me estaba pareciendo increíble, pero a la vez sabía, que ya no podría conocerlo más, de alguna manera.. El ya no estaba aquí, entre nosotros.. Sólo podía llegar a él a través del papel, y fue entonces cuando me decidí a aceptar esa extraña relación.. Entre el Negro, el papel y yo..
Pero volviendo a lo que fue esa lectura en sí misma.. Fue realmente fascinante.. Fue un profesor quien me entregó el cuento, como quién confía un objeto muy preciado, y nos dijo : “Léanlo, para mí es el mejor de todos”.. En ése momento no sabía que , tras avistar el punto final esa vez, y muchas veces más, terminaría llegando a la misma conclusión.
Personalmente, soy una amante del fútbol, y con él de todo el folclore que lo rodea, el folclore sano, aclaro: La gente que va a la cancha el fin de semana, con sus banderas, con su camiseta, llena de una pasión inexplicable, provocada solamente por un puñado de colores.. El partido, los gritos, los goles, los cantitos, los llantos, la taquicardia, el abrazo espontáneo con un hermano desconocido, que siente en ese momento lo mismo que yo.. Ésas y miles de situaciones más, esa magia incomprensible que existe sólo para ser vista y que no permite ningún tipo de lógica, ése folclore del que hablo nunca pudo haber sido mejor descripto que en un cuento del Negro Fontanarrosa. Y, en mi caso, considero que la historia que aparece en “19 de diciembre..” es una historia mágica, pero real, que ha sucedido , sucede, y seguirá sucediendo, en las distintas canchas del fútbol argentino. Es la mejor historia, porque llega a la esencia de esa pasión, y porque resume, tal vez en el máximo extremo, la simpleza del amor por un equipo de fútbol, y el sentimiento más profundo y sincero de aquel hincha que “muere” por ver a su equipo jugar.
Definitivamente, ese día me deslumbró ver cómo una persona podía comprender esa pasión incomprensible, y adueñarse de ella para retratarla en un cuento. O en varios, pero, sin dudarlo, éste fue para mí el mejor de todos, porque cuando lo leí por primera vez, reí, me emocioné, sufrí y me reí otra vez.. Y ya sobre el final.. Yo también estaba ahí, ese 19 de diciembre de 1971, en el Monumental, cantando con la hinchada y acompañando al protagonista en su pensamiento, porque sin dudas, “si me dan a elegir una manera de morir”, yo, definitivamente, también elijo ésa.