Buenas tardes! Aquí estoy de nuevo, subiendo mis nuevos avances. Mi proyecto ha tomado un giro revolucionario, ya que estamos en el tema. Por suerte, llegué justo a tiempo para cazar el giro y, pronto, poder plasmarlo. Supongo que mañana subiré mis notas de lectura del texto de Martí, del libro de cuentos y de un ensayo del Che que estuve leyendo, así como también de algunos programas cubanos que estuve viendo. Por el momento, no quería dejar de subir estos avances. Gracias por leer y por comentar!
Hasta prontito,
Malva.
*
8 de julio de 1992
Querida Adita,
¡Mi mujer linda! Te extraño, mucho. Es increíble volver a estar aquí, pequeña. Hace unos días que estoy en La Sierra, de veras tú no sabes lo que significa volver a este lugar para mí. Son muchas cosas juntas, mujer. Tú no sabes, pero voy a tratar de explicarme, algo mejor, al menos, para que tú me entiendas. Para que tu me veas, aquí, sentado sobre una tierra de verdad cubana, tomando un ron. Para que tú me imagines y me entiendas; para que me imagines y me extrañes, Adita, porque yo no dejo de hacerlo, no dejo de pensar en ti, mujer.
Quiero explicarte y quiero contestarte las preguntas que tú me has hecho, en tu letra anterior, pero no es fácil. Estando aquí, en la S.M no es fácil, y, a la vez, estando aquí todo parece no ser tan difícil. ¿Y se supone que tú tendrías que entenderme, mujer, no? Tú sabes, Ada, a veces me dan ganas de quedarme aquí, vivir aquí, morir en este lugar. Tú lo dijiste, de tu boca nació, de tu pluma salió: éste es mi lugar, ésta es mi causa. La mía y la de toda Cuba, al menos eso yo quisiera, al menos eso quiero hacer comprender. Por eso volví aquí, Ada, aunque tú bien sabes cómo me duele volver a este lugar, esta Sierra que me dio lo mejor de mi vida, pero también me lo quitó. Y me dejó solo, aquí, en el medio de la nada. En el medio de todo, entre mosquitos, caballos, sangre y escopetas. Y yo solo ahí, sin nadie. Entre ojos que se cerraban.. Y entre heridas que nunca pude cerrar. Porque no pude, no pude, Ada, no pude. No puedo. Y los gritos siguen y el olor sigue y lo rojo sigue y yo que no puedo hacer nada. Nada, Ada, nada. Nada, nada, nada.
Por eso hay que volver, mujer. Yo debo volver, aunque siento a veces que esta Sierra me consume, me atraviesa, me lleva con Ernesto, con Fidel. Hay que tener cuidado aquí, tú sabes. Por eso vuelvo, vuelvo para mostrarles a ellos por qué está viva la Revolución. ¡Porque está viva, Ada! ¡Está viva! Quiero volver a estos lugares, donde la vimos nacer, donde ayudamos a la tierra a dar a luz. Entre todos la hicimos antier y, hoy, estoy yo aquí y debo defenderla, mujer. Igual que antier, pero sin balas, sin estratagemas, sin frío. Sólo con la palabra, mujer. Pero, para eso, hay que volver a la Maestra. Lo que fue ayer, Ada, hoy no lo es; hay gente que no descifra bien la Revolución, que cree que empezó y terminó aquel sagrado primero de enero. Fue sagrado, pues claro que lo fue, pero no será eterno, no, no. No lo será. Y a la Revolución hay que cuidarla, Adita, a diario. Sin armas, sin sangre; con la mirada, con la voz, con el pensamiento. Con la palabra.
Así que esto fue todo, tú sabes, mi negra. Me duele volver, pero más duelen esas miradas tristes, ciegas, perdidas, de esos pobres diablos que no valoran la libertad. Quizás era necesario subir al Escambray para sentir la libertad, para cogerla y no perderla nunca más. Tal vez yo por eso la siento, mi niña, y por eso volveré a subirlo por ellos, para que la respiren, la sientan, la cuiden. Y porque ya no soporto esas miradas, Ada. He dicho basta y he echado a andar, mi niña.
Pero a ti, pequeña, a ti sí que te extraño. Tú sí que me haces falta. Extraño tu voz, tu mirada, tus labios, tu cintura, hasta tus pestañas. Y claro que vuelvo por ti, Ada. Tú también eres mi causa, tú y ella lo han sido siempre y lo son. Sin ti, Ada, yo no podría hacer la Revolución, sin ti no podría volver. Tú eres mi causa, Ada, tú lo eres. Y claro que no sentiré frío, y claro que no lloraré, porque estoy contigo y con tú nombre desaparece el viento y se evaporan las lágrimas. Y cuando te bese, claro que cumplirás, como siempre. Como deseo que lo hagas ahora y en vano repito tu nombre, Ada. Te extraño, mujer mía, pero, al menos te nombro, y se desvanece el frío.
Ahora sí, mi niña, debo dejarte, tú sabes. Debo tender mi hamaca, tronco a tronco, antes de que la noche nos invada.
Que nos invada juntos, Ada, así no dejo de soñarla.
Jaime.
*
10 de julio de 1992
No temáis una muerte gloriosa
Que morir por la Patria, es vivir.
En cadenas, vivir es vivir
Sí, hermano. Como verás, ya estoy aquí, en Bayamo. Llegué antier y lo primero que hice fue buscarlo. Era necesario hacerlo, así que seguí caminando, aunque cansado, aunque deslumbrado por lo cambiado que está este lugar. Por empezar, sin gritos, sin temores, sin color. Lugar calmo, sin ruidos, Bayamo en blanco y negro. Libre, pero sin ruidos, sin color, ¿con esperanza? Ojalá, tú sabes, quizás sean sólo mis manías y mis pensamientos que se degeneran y terminan alterando toda mi visión de las cosas. De todos modos, aquí hay demasiada calma, excesiva armonía. Falta tu voz, Camilo, falta la voz del Che, hermano. La del viejo Fidel apareció ni bien encontré lo que buscaba, tú sabes, y ahí nomás volví a verlo. El viejo, desde el balcón, hablándonos a todos nosotros. Con rifles en mano, con dentaduras blancas y gigantes, con valentías inviolables, con esperanza. Con esperanza, nos perdíamos en los imborrables discursos del viejo Fidel.¡Viva la Revolución! ¡Viva!, Camilo, ¿recuerdas? Celebrábamos el inicio de una nueva era.
Hoy el balcón aquel está demasiado vacío y gris, demasiado solo. Gracias al Apóstol ya no hay más rifles, Camilo, pero tampoco se ven dentaduras blancas ni valentías inviolables. Y nosotros, los hijos de Fidel y de la Revolución ¿dónde estamos, compañero? ¿Perdidos, muertos, solitarios, alejados? La Cuba está libre, hermano, pero ya no está Ernesto, y tú sí sigues conmigo, pero tan sólo aquí, entre letras y lágrimas, Camilo. Extraño tu voz, tu mando, tu fe revolucionaria, aunque de a ratos, se vuelven hacia mi camino. Y si me canso, tampoco estará más Ernesto, para guiarme, para enseñarme, para llenarme. A veces odio estar solo en esta Revolución. Sí está Fidel, pero en la tierra estoy solo, tú sabes, Camilo, sin tu aliento, sin el Che. A veces, compañero, quiero odiar la Revolución, porque me alejó, me aisló, me dejó solo.
Ya me voy, asere. Aquí se cae el cielo y la corriente me llevará con él. Supongo que me tomaré una buena caña, Camilo; caña para pensar. Cuando el agua se apiade de mí, compañero, vente tú a jugarme una partida de dominó. Ni para eso somos dos aquí, hermano. Ni para eso somos dos.
Jaime.
P.D: Perdona la maldita nostalgia. Si estuviera Ernesto, hermano.. Pero tú sabes, no tengo su fuerza. No tengo nada suyo, Che hay uno solo. Pero tú no dudes, no temas por mis debilidades; aunque más no sea por ti y por el Ernesto, Camilo, siempre iré hasta la victoria. Como aquella a la que, aquel enero, todos llegamos juntos. Hasta ella, siempre. Como nos enseñó el Ernesto. Como nos mostró él.
8 de julio de 1992
Querida Adita,
¡Mi mujer linda! Te extraño, mucho. Es increíble volver a estar aquí, pequeña. Hace unos días que estoy en La Sierra, de veras tú no sabes lo que significa volver a este lugar para mí. Son muchas cosas juntas, mujer. Tú no sabes, pero voy a tratar de explicarme, algo mejor, al menos, para que tú me entiendas. Para que tu me veas, aquí, sentado sobre una tierra de verdad cubana, tomando un ron. Para que tú me imagines y me entiendas; para que me imagines y me extrañes, Adita, porque yo no dejo de hacerlo, no dejo de pensar en ti, mujer.
Quiero explicarte y quiero contestarte las preguntas que tú me has hecho, en tu letra anterior, pero no es fácil. Estando aquí, en la S.M no es fácil, y, a la vez, estando aquí todo parece no ser tan difícil. ¿Y se supone que tú tendrías que entenderme, mujer, no? Tú sabes, Ada, a veces me dan ganas de quedarme aquí, vivir aquí, morir en este lugar. Tú lo dijiste, de tu boca nació, de tu pluma salió: éste es mi lugar, ésta es mi causa. La mía y la de toda Cuba, al menos eso yo quisiera, al menos eso quiero hacer comprender. Por eso volví aquí, Ada, aunque tú bien sabes cómo me duele volver a este lugar, esta Sierra que me dio lo mejor de mi vida, pero también me lo quitó. Y me dejó solo, aquí, en el medio de la nada. En el medio de todo, entre mosquitos, caballos, sangre y escopetas. Y yo solo ahí, sin nadie. Entre ojos que se cerraban.. Y entre heridas que nunca pude cerrar. Porque no pude, no pude, Ada, no pude. No puedo. Y los gritos siguen y el olor sigue y lo rojo sigue y yo que no puedo hacer nada. Nada, Ada, nada. Nada, nada, nada.
Por eso hay que volver, mujer. Yo debo volver, aunque siento a veces que esta Sierra me consume, me atraviesa, me lleva con Ernesto, con Fidel. Hay que tener cuidado aquí, tú sabes. Por eso vuelvo, vuelvo para mostrarles a ellos por qué está viva la Revolución. ¡Porque está viva, Ada! ¡Está viva! Quiero volver a estos lugares, donde la vimos nacer, donde ayudamos a la tierra a dar a luz. Entre todos la hicimos antier y, hoy, estoy yo aquí y debo defenderla, mujer. Igual que antier, pero sin balas, sin estratagemas, sin frío. Sólo con la palabra, mujer. Pero, para eso, hay que volver a la Maestra. Lo que fue ayer, Ada, hoy no lo es; hay gente que no descifra bien la Revolución, que cree que empezó y terminó aquel sagrado primero de enero. Fue sagrado, pues claro que lo fue, pero no será eterno, no, no. No lo será. Y a la Revolución hay que cuidarla, Adita, a diario. Sin armas, sin sangre; con la mirada, con la voz, con el pensamiento. Con la palabra.
Así que esto fue todo, tú sabes, mi negra. Me duele volver, pero más duelen esas miradas tristes, ciegas, perdidas, de esos pobres diablos que no valoran la libertad. Quizás era necesario subir al Escambray para sentir la libertad, para cogerla y no perderla nunca más. Tal vez yo por eso la siento, mi niña, y por eso volveré a subirlo por ellos, para que la respiren, la sientan, la cuiden. Y porque ya no soporto esas miradas, Ada. He dicho basta y he echado a andar, mi niña.
Pero a ti, pequeña, a ti sí que te extraño. Tú sí que me haces falta. Extraño tu voz, tu mirada, tus labios, tu cintura, hasta tus pestañas. Y claro que vuelvo por ti, Ada. Tú también eres mi causa, tú y ella lo han sido siempre y lo son. Sin ti, Ada, yo no podría hacer la Revolución, sin ti no podría volver. Tú eres mi causa, Ada, tú lo eres. Y claro que no sentiré frío, y claro que no lloraré, porque estoy contigo y con tú nombre desaparece el viento y se evaporan las lágrimas. Y cuando te bese, claro que cumplirás, como siempre. Como deseo que lo hagas ahora y en vano repito tu nombre, Ada. Te extraño, mujer mía, pero, al menos te nombro, y se desvanece el frío.
Ahora sí, mi niña, debo dejarte, tú sabes. Debo tender mi hamaca, tronco a tronco, antes de que la noche nos invada.
Que nos invada juntos, Ada, así no dejo de soñarla.
Jaime.
*
10 de julio de 1992
No temáis una muerte gloriosa
Que morir por la Patria, es vivir.
En cadenas, vivir es vivir
Sí, hermano. Como verás, ya estoy aquí, en Bayamo. Llegué antier y lo primero que hice fue buscarlo. Era necesario hacerlo, así que seguí caminando, aunque cansado, aunque deslumbrado por lo cambiado que está este lugar. Por empezar, sin gritos, sin temores, sin color. Lugar calmo, sin ruidos, Bayamo en blanco y negro. Libre, pero sin ruidos, sin color, ¿con esperanza? Ojalá, tú sabes, quizás sean sólo mis manías y mis pensamientos que se degeneran y terminan alterando toda mi visión de las cosas. De todos modos, aquí hay demasiada calma, excesiva armonía. Falta tu voz, Camilo, falta la voz del Che, hermano. La del viejo Fidel apareció ni bien encontré lo que buscaba, tú sabes, y ahí nomás volví a verlo. El viejo, desde el balcón, hablándonos a todos nosotros. Con rifles en mano, con dentaduras blancas y gigantes, con valentías inviolables, con esperanza. Con esperanza, nos perdíamos en los imborrables discursos del viejo Fidel.¡Viva la Revolución! ¡Viva!, Camilo, ¿recuerdas? Celebrábamos el inicio de una nueva era.
Hoy el balcón aquel está demasiado vacío y gris, demasiado solo. Gracias al Apóstol ya no hay más rifles, Camilo, pero tampoco se ven dentaduras blancas ni valentías inviolables. Y nosotros, los hijos de Fidel y de la Revolución ¿dónde estamos, compañero? ¿Perdidos, muertos, solitarios, alejados? La Cuba está libre, hermano, pero ya no está Ernesto, y tú sí sigues conmigo, pero tan sólo aquí, entre letras y lágrimas, Camilo. Extraño tu voz, tu mando, tu fe revolucionaria, aunque de a ratos, se vuelven hacia mi camino. Y si me canso, tampoco estará más Ernesto, para guiarme, para enseñarme, para llenarme. A veces odio estar solo en esta Revolución. Sí está Fidel, pero en la tierra estoy solo, tú sabes, Camilo, sin tu aliento, sin el Che. A veces, compañero, quiero odiar la Revolución, porque me alejó, me aisló, me dejó solo.
Ya me voy, asere. Aquí se cae el cielo y la corriente me llevará con él. Supongo que me tomaré una buena caña, Camilo; caña para pensar. Cuando el agua se apiade de mí, compañero, vente tú a jugarme una partida de dominó. Ni para eso somos dos aquí, hermano. Ni para eso somos dos.
Jaime.
P.D: Perdona la maldita nostalgia. Si estuviera Ernesto, hermano.. Pero tú sabes, no tengo su fuerza. No tengo nada suyo, Che hay uno solo. Pero tú no dudes, no temas por mis debilidades; aunque más no sea por ti y por el Ernesto, Camilo, siempre iré hasta la victoria. Como aquella a la que, aquel enero, todos llegamos juntos. Hasta ella, siempre. Como nos enseñó el Ernesto. Como nos mostró él.
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