Bueno, este es el final de mi proyecto. Todavía debo subir algunas notas, que me quedaron por tipear y demás, pero no son muchas. Por lo pronto, subo el final de mi proyecto. Veremos qué les parece. Saludos!
.
.
.
.
*
26 de julio de 1992
Jaime,
¿Qué pasa contigo, diablo? Desde que te conozco, esta es la primera carta que no tiene tu respuesta. De veras me extraña, diablo, incluso hasta llega a preocuparme; tú no eres así, Jaime, tú no. Me sorprende, tú sabes, porque tú no haces estas cosas, aunque, tal vez, diablo mío, te pusiste bravo por mi letra anterior. No te enojes, sólo quiero que los dos seamos capaces de elegir lo que cada uno realmente quiere y puede ofrecer. Tú ya sabes, diablo, lo que yo ofrezco, lo que yo te ofrezco. Yo también sé que contra la Revolución, Jaime, contra ella no puedo pelear.
Pero no te preocupes, tú tienes que pensar. Y mientras lo haces, yo me voy, Jaime. Me voy a España, con Marcos. Creo que me harán bien unos días de soledad, diablo. Y de lejanía, lejos de Cuba, lejos de ti.
Igualmente, Jaime, no temas: claro que voy a volver. Tal vez no lo haga por ti, diablo, puede que no, pero lo haré por la conquista eterna, por lo que tanto costó. Por lo que tanto les costó en aquellos años, por lo que tanto te costó a ti. Por lo que tanto me costó a mí, Jaime. Desde lejos, desde otros años, incluso desde afuera, por lo que me costó a mí. Y me cuesta.
Cuídate del monte, Jaime; a veces la soledad desespera. Nos vemos a la vuelta, diablo, y si no es así, siempre vivirás en mis ojos y en mi memoria, y en mí, como una llama ardiente, eterna, chispeante. Llena de vida.
Hasta entonces, diablo. Hasta que las agujas digan basta.
Ada.
*
Camilo:
Ya llegué a Santa Clara, aquí nos hemos quedado sin mucha comida y los muchachos parecen tener hambre. Creo que ahora de veras siento temor por mi vida, mucho más que antes. Triste y gracioso final sería aquel para un hombre revolucionario, pero no te preocupes, contendré a las bestias.
Recibí noticias tuyas cuando subimos por Escambray, pero ahí la cosa se puso más pesada y ni siquiera pude responderles a mis padres. Duramos ciertos días por aquel monte, el combate se puso interesante pero, finalmente, salimos victoriosos, como podrás ver. El gigante me dijo que te habías hecho fuerte en Pino del Agua. Me alegro por ti, Comandante; supongo que tendrá intenciones de mandarte a Yaguajá, mientras yo llego a la Catedral.
Me dijeron que mañana estarás por acá, diablo. Eso espero, ahora se viene la mejor parte, viejo; ahora hay que atacar, Camilo, pero hay que estar seguros, no hay que titubear. Por algunos timoratos siempre tardamos en conquistar lo que nos pertenece, lo que nos es justo; esta vez, no. Esta vez el final de la fiesta esta próximo y no podemos dejarlo escapar. Y no hay nada que temer, no sé por qué lo hacen: la victoria será cubana y el aire se respirará mejor. La vida por la Revolución, viejo, como decía Martí. En su tierra, te lo aseguro, concretaremos su doctrina. Igual, Camilo, después la lucha sigue, sigue con un pueblo consciente, un pueblo que se autoeduca, un pueblo movilizado. Pero, ahora, creo sólo en la lucha armada como forma de salida posible de la tiranía de estos sátrapas, que vos conoces tanto.
Así que espero que andes despierto, que no gastes balas en cuestiones sin sentido, que aquí nos andan faltando bastante, viejo. Trae. Y también espero que no tardes mucho en encontrarme; como te dije, ahora se viene nuestro toque final. Manténme informado de todo lo que consideres importante y avísame cuando estés cerca, te daré las instrucciones de la ofensiva por nuestra región. Entraremos juntos en Santa Clara, luego Martí y Maceo se separan y se arman juntos en el final, para entrar en La Grande del norte y despojarlo a aquel de su lugar. No te preocupes, después te daré más detalles, es sólo para que te des una idea de cómo será la cosa.
Bueno, Cienfuegos, antes de irte dejando, viejo, dime si sabes algo de Hildita; hace bastante que no sé de ella ni de mi hermosa y pequeña heredera. Supongo que estarán bien, pero dile que me escriba; si yo no lo hago es por falta de insumos o por no meterlas en ningún problema. Igual, se que me las están cuidando. Aquí, el otro día, me han hecho llegar la carta de una niña, muy tierna, que a un tal Jaime andaba buscando. Quien fuera que sea, parece que se cansó de esperarlo. A vos todavía no me cansé de esperarte, viejo, pero ven pronto, que acá te estamos aguantando.
Un abrazo revolucionario.
Jaime firmó la hoja y esperó a que la tinta se secara: Ché. Levantó la vista y observó a sus siempre firmes estrellas, divisó también el rostro de Martí. Dio vuelta la página de su diario, pero esta vez, la arrancó, la iba a mandar. Cerró el diario, mientras se paraba en medio de una multitud de árboles y le gritaba a sus hombres: el Comandante exigía formación. En la soledad de aquel verde pero desolado lugar nada se movía. Sólo el viento, tal vez. Sin embargo, él, contento, los vio cumplir con su misión. Estaba satisfecho, sus hombres creían en su causa, creían en él.
Con precaución, tomó su Maúser y, auténtico aunque ahora probablemente desconocido, bebió un sorbo de ron. Entonces partió, pidiéndole compañía a uno de sus hombres; había que cuidar la espalda, y más él, el Comandante del Movimiento. Tomó el papel que acababa de sacar de su diario y se echó a andar. Sólo el viento lo seguía. Iba en busca de algo más de papel, algo más de tinta, para escribirle a su transparente mujer. Había cambiado a Ada por Hilda, a sus curiosos chamas por estos silenciosos aunque obedientes hombres. Su vuelta a La Habana, temporaria o tal vez no, era ahora una guerra de guerrillas infinita, eterna. Circular.
Ahora, ya ni frío sentía. Había cambiado nostalgia por locura. Una locura extraña, una locura de fusiles. Una locura de Revolución.
26 de julio de 1992
Jaime,
¿Qué pasa contigo, diablo? Desde que te conozco, esta es la primera carta que no tiene tu respuesta. De veras me extraña, diablo, incluso hasta llega a preocuparme; tú no eres así, Jaime, tú no. Me sorprende, tú sabes, porque tú no haces estas cosas, aunque, tal vez, diablo mío, te pusiste bravo por mi letra anterior. No te enojes, sólo quiero que los dos seamos capaces de elegir lo que cada uno realmente quiere y puede ofrecer. Tú ya sabes, diablo, lo que yo ofrezco, lo que yo te ofrezco. Yo también sé que contra la Revolución, Jaime, contra ella no puedo pelear.
Pero no te preocupes, tú tienes que pensar. Y mientras lo haces, yo me voy, Jaime. Me voy a España, con Marcos. Creo que me harán bien unos días de soledad, diablo. Y de lejanía, lejos de Cuba, lejos de ti.
Igualmente, Jaime, no temas: claro que voy a volver. Tal vez no lo haga por ti, diablo, puede que no, pero lo haré por la conquista eterna, por lo que tanto costó. Por lo que tanto les costó en aquellos años, por lo que tanto te costó a ti. Por lo que tanto me costó a mí, Jaime. Desde lejos, desde otros años, incluso desde afuera, por lo que me costó a mí. Y me cuesta.
Cuídate del monte, Jaime; a veces la soledad desespera. Nos vemos a la vuelta, diablo, y si no es así, siempre vivirás en mis ojos y en mi memoria, y en mí, como una llama ardiente, eterna, chispeante. Llena de vida.
Hasta entonces, diablo. Hasta que las agujas digan basta.
Ada.
*
Camilo:
Ya llegué a Santa Clara, aquí nos hemos quedado sin mucha comida y los muchachos parecen tener hambre. Creo que ahora de veras siento temor por mi vida, mucho más que antes. Triste y gracioso final sería aquel para un hombre revolucionario, pero no te preocupes, contendré a las bestias.
Recibí noticias tuyas cuando subimos por Escambray, pero ahí la cosa se puso más pesada y ni siquiera pude responderles a mis padres. Duramos ciertos días por aquel monte, el combate se puso interesante pero, finalmente, salimos victoriosos, como podrás ver. El gigante me dijo que te habías hecho fuerte en Pino del Agua. Me alegro por ti, Comandante; supongo que tendrá intenciones de mandarte a Yaguajá, mientras yo llego a la Catedral.
Me dijeron que mañana estarás por acá, diablo. Eso espero, ahora se viene la mejor parte, viejo; ahora hay que atacar, Camilo, pero hay que estar seguros, no hay que titubear. Por algunos timoratos siempre tardamos en conquistar lo que nos pertenece, lo que nos es justo; esta vez, no. Esta vez el final de la fiesta esta próximo y no podemos dejarlo escapar. Y no hay nada que temer, no sé por qué lo hacen: la victoria será cubana y el aire se respirará mejor. La vida por la Revolución, viejo, como decía Martí. En su tierra, te lo aseguro, concretaremos su doctrina. Igual, Camilo, después la lucha sigue, sigue con un pueblo consciente, un pueblo que se autoeduca, un pueblo movilizado. Pero, ahora, creo sólo en la lucha armada como forma de salida posible de la tiranía de estos sátrapas, que vos conoces tanto.
Así que espero que andes despierto, que no gastes balas en cuestiones sin sentido, que aquí nos andan faltando bastante, viejo. Trae. Y también espero que no tardes mucho en encontrarme; como te dije, ahora se viene nuestro toque final. Manténme informado de todo lo que consideres importante y avísame cuando estés cerca, te daré las instrucciones de la ofensiva por nuestra región. Entraremos juntos en Santa Clara, luego Martí y Maceo se separan y se arman juntos en el final, para entrar en La Grande del norte y despojarlo a aquel de su lugar. No te preocupes, después te daré más detalles, es sólo para que te des una idea de cómo será la cosa.
Bueno, Cienfuegos, antes de irte dejando, viejo, dime si sabes algo de Hildita; hace bastante que no sé de ella ni de mi hermosa y pequeña heredera. Supongo que estarán bien, pero dile que me escriba; si yo no lo hago es por falta de insumos o por no meterlas en ningún problema. Igual, se que me las están cuidando. Aquí, el otro día, me han hecho llegar la carta de una niña, muy tierna, que a un tal Jaime andaba buscando. Quien fuera que sea, parece que se cansó de esperarlo. A vos todavía no me cansé de esperarte, viejo, pero ven pronto, que acá te estamos aguantando.
Un abrazo revolucionario.
Jaime firmó la hoja y esperó a que la tinta se secara: Ché. Levantó la vista y observó a sus siempre firmes estrellas, divisó también el rostro de Martí. Dio vuelta la página de su diario, pero esta vez, la arrancó, la iba a mandar. Cerró el diario, mientras se paraba en medio de una multitud de árboles y le gritaba a sus hombres: el Comandante exigía formación. En la soledad de aquel verde pero desolado lugar nada se movía. Sólo el viento, tal vez. Sin embargo, él, contento, los vio cumplir con su misión. Estaba satisfecho, sus hombres creían en su causa, creían en él.
Con precaución, tomó su Maúser y, auténtico aunque ahora probablemente desconocido, bebió un sorbo de ron. Entonces partió, pidiéndole compañía a uno de sus hombres; había que cuidar la espalda, y más él, el Comandante del Movimiento. Tomó el papel que acababa de sacar de su diario y se echó a andar. Sólo el viento lo seguía. Iba en busca de algo más de papel, algo más de tinta, para escribirle a su transparente mujer. Había cambiado a Ada por Hilda, a sus curiosos chamas por estos silenciosos aunque obedientes hombres. Su vuelta a La Habana, temporaria o tal vez no, era ahora una guerra de guerrillas infinita, eterna. Circular.
Ahora, ya ni frío sentía. Había cambiado nostalgia por locura. Una locura extraña, una locura de fusiles. Una locura de Revolución.